Te lastimo/ Te dejas

 dentro de Confidential, Mente

Lado A

Gorda, gorda mantecosa,

Cara de babosa

Piernas de jamón tralalalalalala

 

El ritmo era similar a las canciones de can-can, ¿sabés cuáles? Aquellas en las que un grupo de chicas bailan abrazadas, levantando solo una pierna.

 

Sonaba el timbre para tomar el autobús que nos llevaría de regreso a casa. Niños, niñas y adolescentes nos subíamos antes que ella: nuestra víctima. Con las mochilas y loncheras acomodadas nos preparábamos para recibirla con la infame y dolorosa melodía. Durante dos horas la esperaba escuchar constantemente la estrofa que alguien inventó y se regó como una pandemia: desde el colegio hasta la puerta de su casa o desde su casa a la puerta del colegio.

 

Era grande, una niña bastante grande para su edad, gordita, con el cabello ensortijado y tez morena. Iba unos grados más abajo. Yo estaba en cuarto primaria, tendría unos diez años, quizá nueve. Y la recuerdo sola, siempre sola en los recreos, sumamente tímida e introvertida. Jamás la acompañaba alguien, al menos un amigo que la defendiera. Y con razón si nos dedicamos a hostigarla. Ahora trato de recordar alguna otra característica de ella pero he olvidado su tono de voz, su mirada.

 

Yo no veía mal repetir la canción ¿si todos lo hacían y nadie decía nada, qué consecuencia traería? Además el ritmo era pegajoso, como aquella que dice  “alguien robó pan en la casa de San Juan. ¿Quién?, ¿yo?”.

 

***

 

Hace poco hablábamos con un grupo de amigos. Uno de ellos, el más gordito, nos contaba anécdotas de su infancia: cómo otros chicos de su generación le decían palabras groseras, palabras que siempre aludían su forma de hablar y la forma de su cuerpo. Incluso recordó que un día lo golpearon sin razón alguna. Simplemente les caía mal y debían lastimarlo. En esa década el término “bullying” no significaba nada, tampoco era causa de alarma entre los padres de familia. Yo la recordé a ella, le conté a mi amigo lo que le hacíamos en el bus. Me sentí terrible, sobre todo porque ahora soy consciente de lo que significaban mis acciones y el daño que le hicimos a la niña.

 

Recodando y analizando el pasado, hay algunas situaciones que ahora me espantan, por ejemplo: lo hacíamos delante del chofer del bus (un adulto) y jamás nos regañó o nos indicó que eso estaba mal. Su mamá salía a recibirla todos los días y nosotros aprovechábamos el momento en el que la niña recogía sus cosas para cantarle una vez más la horrible canción, pero nunca recibimos una reprimenda de su parte, tampoco la cambió de ruta o presentó una queja para que recibiéramos un repote en el colegio. Nadie le prestaba atención a esos detalles.

 

Yo en clase era una niña muy tranquila, tenía amigos, nunca me metía en problemas y trataba de obtener las mejores calificaciones. Si alguien se hubiera acercado a mí a explicarme todo lo que conllevaba mi mala actitud, seguramente la historia habría sido distinta.

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Lado B

Mi ruina empezó en cuarto primaria, cuando me cambiaron de sección. Desde kinder hasta tercero venía con el mismo grupo. Era una niña relativamente tímida. Traté de acercarme a mis nuevos compañeros, pero todos me ignoraban. A mediados de los noventa, en un colegio bilingüe, mixto y con niños de estratos socioeconómicos alto y medio, se valoraba el color de piel, la textura del cabello, del cuerpo y si eras “bonita” o “fea”. El término “recha” era una etiqueta a la que todos le huían y a mí le tocó.

 

Mi fama de “recha” se regó como la pólvora en las otras secciones y nadie quería dirigirme la palabra. Regresaba a casa a llorar, sumamente triste. Al año siguiente me cambiaron nuevamente de sección, pero seguía sin amigos. Las maestras creían que yo era culpable, ‘el problema no es que todos los niños la ataquen, el problema es que esa niña no les cae bien’. En el colegio condicionaron a mis padres ‘¡o va al psicólogo o no se inscribe el próximo año!’.

 

Empezó quinto primaria y en una ocasión mis compañeras decidieron que sería gracioso pegar en mi casillero la toalla sanitaria que sacaron de mi mochila, manchada de lapicero rojo, pero como solo la agarré, la enrollé y la tiré sin demostrar ningún signo de perturbación no llegó a más.

 

Todo empeoró cuando las maestras obligaron a las niñas a que me incluyeran en su grupo a la hora del recreo: uno, dos, tres días me senté con ellas, al cuarto día, cuando salí del aula me vieron y se fueron corriendo. Me decían que no se sentarían conmigo porque era una niña fea, una niña gorda, una niña tonta, una niña pobre que no se peinaba. Mis padres no pertenecen a la misma generación de mis compañeros (son unas décadas mayores) y por eso hubo gastos que creían innecesarios. Crecí de una forma muy austera, no tenía atuendos que respondieran al último grito de la moda, y quizá por eso mis compañeros no me validaban.

 

En clase nadie me dirigía la palabra, pero a la hora del recreo era otra cosa. No había adultos cerca, así que mis compañeros podían llegar e insultarme. No era uno, eran varios, niñas en su mayoría. Mi tristeza continuaba, caí en una clase de depresión, lloraba mucho.

 

En sexto grado la palabra de un grupo de niñas era la ley, y yo no les caía bien, así que los demás las siguieron. Los insultos ya no eran “eres gorda”, mutaron a “eres una cerda”. Un día les respondí, la situación estuvo a punto de llegar a lo físico pues me rodearon pero un maestro se acercó a preguntar qué estaba pasando. Ese año marcó mi vida pues decidí que no me importaba lo que dijeran de mí, ellas no iban a lograr que me sintiera de menos, así que después de mucho tiempo de escuchar insultos, o que me denigraran por mi cuerpo, apariencia, situación económica y color de piel, decidí hacer oídos sordos y salir del aula a comer. Sola, pero en paz. Al poco tiempo se empezaron a acercar a mí otros chicos y chicas que comían solos hasta que nos hicimos amigos. La experiencia me cambió en muchos aspectos: aceptar a las personas como son, no juzgar las apariencias. Me hizo más extrovertida y siento que maduré, pero tuve suerte, hay quienes no tienen las fuerzas para seguir y terminan con su vida.

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