El estrés y ansiedad de los padres y madres.

 dentro de Motherhood, Sin Categoría

Andrea Cabrera-Lara
Mamá de 3. Psicoterapeuta. Guía Parental

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A lo mejor la solución para el estrés y la ansiedad de los padres y madres no es (solamente) el mindfulness, sino cambiar nuestra forma de vivir y aprender a bajar el ritmo.

No me malinterpreten, no tengo absolutamente nada en contra del mindfulness. Me parece una herramienta maravillosa y que -bien integrada a un buen estilo de vida- puede ayudarnos muchísimo. Sin embargo, utilizo el ejemplo para ilustrar algo que ocurre frecuentemente: tendemos a adjudicar demasiado poder a las herramientas y poco poder a lo que ocurre entre el uso de una herramienta y otra.

Y nos pasa con todo:

Queremos “estar saludables” y entonces nos enfocamos en la comida, el ejercicio, los suplementos…y eso está bien. ¿Pero qué pasa con lo que está en medio? ¿Qué pasa con las interacciones que tejen un hábito con otro? Por ejemplo: ¿de qué sirve realmente una buena dieta, si mantenemos relaciones familiares o personales tóxicas? ¿De qué sirve salir a caminar para hacer ejercicio si no nos involucramos/interactuamos con nuestra comunidad/vecinos/personas con las que nos “topamos” en la calle?

Mi punto es que el bienestar, tanto salud mental como salud física, no se encuentra solamente en las herramientas: sino en la forma en la que llevamos esas herramientas, en la manera en la que nos comportamos entre el uso de las mismas. Nuestra salud (mental, emocional y física) no puede definirse únicamente en la herramienta específica.


Por esta razón, en este texto analizaré las siguientes cuestionantes, que estoy segura las dejarán con una mejor idea de como pueden presentarse día con día frente a sus hijos: ¿En qué se parecen una herramienta a una conducta? ¿Cómo llevamos entonces ese “caminar” entre una herramienta y otra? ¿Cómo impacta esto nuestra vida como padres?

  1. ¿En qué se parecen una herramienta a una conducta?

Como Madres, muchas veces estamos en busca de esas herramientas:
¿Qué puedo hacer para que mi hijo haga menos berrinches? ¿Qué puedo hacer para que mi hijo me haga caso a la primera? ¿Qué puedo hacer para que mi hija comparta sus juguetes? ¿Qué puedo hacer para que mi adolescente me cuente más sus cosas?
La mayor parte del tiempo estamos enfocadAs en provocar conductas en nuestros hijos, y por eso pensamos rápidamente en herramientas: “debe haber una herramienta precisa para solucionar este problema de conducta de mi hijo/a”. Sin embargo, las herramientas son solo eso: un comando, un set de instrucciones, nada más.  Como mencioné anteriormente: ¿qué hacemos realmente con nuestros hijos entre una “conducta problemática y otra”?. Es eso lo que importa. Y mucho más que la herramienta. Lo que no me encanta de hablar únicamente de conductas y herramientas, es que ambas se refieren únicamente a la punta del iceberg. Y bueno, claro que la punta del iceberg es importante (sino pregúntenle al Titanic) pero es solamente un aspecto pequeño que no cubre todos los matices de lo que es un ser humano: tanto de nosotros los padres como de nuestros hijos.

Desde mi punto de vista, una herramienta y una conducta se parecen en que carecen de contexto a menos que seamos capaces de ver más allá. Por ejemplo: un niño que llora porque sus papás lo dejaron en casa de sus abuelos, avisándole que lo harían, es muy distinto al llanto de un niño que llora porque sus padres se fueron pero no le dijeron que lo harían. En ambos casos la conducta es la misma: un llanto. Sin embargo, en el primero ejemplo el llanto tiene significado para el niño. Llora porque los padres se fueron, pero entiende la razón. Es un llanto “acompañado” en el sentido que los padres le ayudaron a darle forma y sentido. En el segundo ejemplo, el llanto es un llanto de angustia. Los padres no le ayudaron a darle significado a la experiencia, por lo que el malestar será más difícil de procesar para ese niño.

Lo mismo del lado de la herramienta: cuando mi hija está molesta, puedo repetir junto con ella lo que me dice “sí, sí, sí, ya entendí que estás molesta porque no te dejé ir a dormir a casa de tu amiga” (repetir lo que nos dicen nuestros hijos cuando están molestos, es una herramienta importante en la crianza consciente). Por otro lado, en vez de solamente repetir, puedo contextualizar la herramienta, darle cuerpo, ponerle intención y convertirla en un: *mientras me agacho, veo sus ojos y le tomo su mano “Ok amor. Entiendo que querías ir a casa de tu amiga a dormir. Entiendo, y sé que eso te tiene molesta. Sin embargo, mi trabajo es protegerte y ya sabes que esa es una regla en nuestra casa”. Nuevamente, utilicé la herramienta -repetir- pero en el segundo ejemplo no utilicé la herramienta “a secas”.

Tanto las herramientas como las conductas funcionan y se entienden mejor, si les damos un significado propio. Si les ponemos, como dírián los chefs, nuestra propia sazón y corazón.

¿Cómo llevamos entonces ese caminar entre una herramienta y otra?

Ok, entonces digamos que tenemos ya nuestras herramientas de parentalidad anotadas (las cuáles repito, sí son útiles). Algunos de estos ejemplos de herramientas pueden ser: agacharnos y ponernos a su nivel cuando les hablamos, validar lo que sienten y nos dicen, usar el humor para lograr que “sigan nuestros comandos”, empatizar con lo que nos dicen antes de poner el límite, reconocer su esfuerzo más allá de su resultado etc.

¿Qué es importante que hagamos ahora como padres? ¿Por qué a pesar de que uso todas las herramientas de crianza respetuosa me siento desgastado con la parentalidad? Para mi, como psicoterapeuta lo más importante, es ir por la vida sabiendo que el comportamiento de nuestros hijos no define:

  • Quienes somos como padres
  • Quienes son nuestros hijos
  • Podemos ser excelentes padres y de todas maneras nuestros hijos se van a “portar mal” (y lo digo entre comillas porque muchas veces no es que se están “portando mal” sino simplemente se están comportando acorde a su edad). ¿Por qué? Porque son bebés, niños o adolescentes, y aún no tienen su cerebro tan desarrollado como para hacerlo. Están en proceso. Nos pasa a los adultos…¿por qué esperamos que no les pase a nuestros hijos? Sí es cierto que mientras “mejores seamos padres, mejor será el comportamiento de nuestros hijos”, pero aún así experimentarán momentos de mucha dificultad que nos harán preguntarnos día y noche si realmente lo estamos haciendo tan bien como creemos.
  • Reducir la identidad de nuestros hijos a la manera en la que se comportan es no honrar su humanidad y la etapa de vida en la que están. Reducir su identidad a su comportamiento es desconocer que el comportamiento (especialmente de los niños, es multifactorial). Reducir su identidad a su comportamiento es negarles la oportunidad de verse de forma más compasiva, amorosa y como resultado a eso, es negarles la oportunidad de ser adultos que van a aprender de sus errores en vez de adultos que padecerán de co-dependencia, ansiedad, complacencia e inseguridad.

Por otro lado, en ese caminar de nuestra vida como padres no podemos dejar de lado que nuestros hijos necesitan vernos también siendo humanos. Generalmente, tenemos la creencia de que ser padres implica volcar todos nuestros roles a esa tarea. Y aunque sí, en los primeros años de vida es realista esperar que mucho de nuestra vida estará volcada a nuestros hijos, poco a poco debemos ir introduciendo a su vida la separatividad: sí soy tu madre, pero no es lo único que soy. Es más, el primer momento de “duelo” y de vivenciar esta separatividad es al momento del nacimiento: me separo de ese cuerpo materno para empezar a experimentar la vida a través de mi propio cuerpo. Y así, los primeros años de vida consisten en este ejercicio en el que nuestros hijos se reconocen como diferentes a nosotros. En ese proceso de separación nos aman, pero también nos resienten. Se alejan, pero también regresan. Y todo esto, más que normal, es necesario.

Nuestra tarea consiste también en ser ese líder sólido mientras ellos atraviesan por esas contradicciones. Un líder sólido no se engancha. Un líder sólido entiende que hay más allá que lo que se ve, y es a la vez esa actitud de previsibilidad y solidez lo que regula mejor el comportamiento de nuestros hijos: al sentirse seguros y sostenidos por un líder confiable, pueden “bajar la guardia” y no estar en un estado de ánimo tan reactivo. Los padres que logran ser estos guías sólidos, permiten a sus hijos comportarse como hijos. Esto no significa no colocar límites, significa colocarlos sin perder de vista que su comportamiento no es todo lo que ellos son y que su comportamiento no es un ataque personal hacia nosotros.

 

¿Cómo impacta esto nuestra vida como padres?

Estoy convencida que mucho del estrés que experimentamos los padres tiene que ver con las expectativas que tenemos acerca del comportamiento de nuestros hijos. Como mencionamos anteriormente, se nos olvida que nuestros hijos son mucho más que su conducta. Tendemos a reducir lo que son, a cómo se comportan, y no los culpo. Frases como por ejemplo “somos lo que hacemos” perpetúan esta creencia de medirnos únicamente por lo que hacemos. Sin embargo, ese dicho no aplica a los niños de la misma manera en que aplica a los adultos ¿a qué me refiero con esto?

Pues a lo siguiente:
Si estamos midiendo lo que un adulto es por lo que hace, estamos entonces asumiendo que ese adulto está en plena facultad de controlar y decidir o elegir lo que hace. Y en realidad, esto es así: los adultos tenemos el 100% de nuestro cerebro desarrollado, por lo que debiéramos de estar en control de lo que hacemos. y decimos (por lo menos la mayor parte del tiempo). Sin embargo en los niños (o menores de edad) esto es completamente injusto: decir que un niño “es lo que hace”  es asumir que ese niño está en plena facultad de controlar y decidir lo que hace, y los últimos 30 años de investigación en desarrollo infantil y neurociencia nos dicen que esto no es así. Un niño no puede solamente “ser lo que hace” porque aún no está en total control de lo que hace. Mucho de lo que hace lo hace porque aún no se ha desarrollado la corteza pre-frontal (el área de toma de decisiones y sentido crítico) y sus habilidades ejecutivas como por ejemplo el pensamiento flexible, la planeación y priorización, el control de impulsos, el control emocional o el auto-monitoreo.

Un niño no es lo que hace, simplemente porque aún está en el proceso de aprender a controlar lo que hace.
Soy fiel creyente que en el momento en que entendemos esto, nuestra perspectiva como padres cambia: mi hijo no me está haciendo esto a mi (porque es un malagradecido etc.) mi hijo está haciendo esto porque aún está en proceso de desarrollar las herramientas para dejar de hacerlo.
 

Nota: Incluso en los adultos, pongo mucho en tela de duda el “somos lo que hacemos”. Sí, estamos en una mejor posición para ser responsables de nuestras acciones, pero aún así, somos humanos, siempre estamos en proceso de crecimiento y los errores van a ocurrir. En el caso de nosotros los adultos, es importante también tomar en consideración qué tan bien respondemos ante el error, y qué tan buenos somos para reparar y asumir con responsabilidad las consecuencias. Pero este es otro tema, y lo dejaremos para un próximo artículo.

Conclusión: el regalo es una relación real con nuestros hijos

Una vez y entendemos que nuestra salud mental como madres está directamente ligada a que tanto “chance” nos damos a nosotras mismas, y a qué tanto chance le damos a nuestros hijos, hemos entendido todo.

Darnos ese “chance” tanto a ellos como a nosotros significa ver más allá de, y tomar por los cuernos nuestro rol de madres. De adultas responsables. La relación con nuestros hijos NO es una relación paralela: ellos no nos deben obediencia, y buen comportamiento. Nosotros somos quienes les debemos a ellos liderazgo, compasión y comprensión. Somos nosotros quienes les debemos el regalo de verlos más allá de lo que son. Porque al final, todo niño merece sentir que es por definición “bueno”, porque así es. No hay niños malos: hay niños con necesidades no cubiertas, hay niños sin el liderazgo y límites apropiados, hay niños incapaces de pedir lo que necesitan, hay niños que buscan ser escuchados y no saben cómo, y hay niños malentendidos.Y el verdadero regalo es el siguiente:

Cuando entendemos esto, y se lo damos a nuestros hijos la relación florece, y saben que cambia automáticamente como producto de esa relación: su conducta.

En ese momento entonces es que verdaderamente pueden cobrar vida todas las herramientas que hemos leído, escuchado y visto. Las herramientas funcionan como una consecuencia natural a que nuestros hijos disfrutan ser vistos por su bondad. Los niños disfrutan cuando somos capaces de entender que “no son solamente lo que hacen”, y como regalo, de forma inconsciente nos regalan una conducta más estable, más colaborativa, menos reactiva. Pero esto no ocurre hasta que no entendemos que la conducta es una ganancia extra, y no la meta final de la relación con nuestros hijos.

 

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