Marcos Antil: Migrando hacia sus sueños

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En la década de los años setenta y ochenta, la región centroamericana era un área en conflicto de guerras civiles, por lo cual muchas personas se vieron forzadas a abandonar sus hogares y migrar hacia el norte. Marcos Antil fue uno de ellos, su historia es más que extraordinaria, y su determinación y esfuerzo lo llevaron a ser el empresario exitoso que es hoy en día.

“-Si los agarran, digan que son mexicanos-” recordaba las palabras del coyote cuando lo agarraron en Tuxla. Era la primera parada que le seguirían el resto de la semana en un trayecto largo hasta la frontera norteamericana. Fue la primera vez que Marcos, a sus doce años, mentía. Las palabras estrictas de su madre resonaban en su cabeza mientras el estómago se le revolvía de los nervios de tener que faltar a ese mandato.

Hacía ya unos días que había cruzado la frontera de Guatemala, dejando atrás su ciudad natal, Santa Eulalia en Huehuetenango.

“-Vamos a llegar todos-” les decía el coyote como si aquello lograra darles mayor tranquilidad “-a algunos los van a agarrar, a otros los van a regresar. Si a mí me agarran sigan. Todos tienen que seguir. Ya todo está arreglado y todos vamos a llegar. Nos vemos allá”.

Marcos escuchaba aquellas instrucciones como lo hacía con las monjas de la escuela parroquial. A su alrededor, los rostros atentos de la gente ocultaban la angustia, la ansiedad y el miedo de todos aquellos que estaban a punto de iniciar el viaje.


Un total de 31,443 migrantes guatemaltecos fueron deportados de Estados Unidos, en 2015

Aquel niño perspicaz que viajaba, guardaba toda la información en su mente que le enseñaban en aquellas clases, como les llama y con atención se mantenía apegado al plan, “-si los agarran-” decía “-no pueden tener nada apuntado o van a saber que son migrantes”.

Días más tarde, sentía el vacío que le encogía el estómago mientras el avión despegaba, era la primera vez que volaba, en el miedo se aferraba al recuerdo de su madre, “todos los días, en todas las etapas yo solo podía pensar en llegar a ella y abrazarla”. Recordó los aviones militares y la vista hermosa del volcán al fondo del terreno de su padre, aquellas tardes sin lluvia en las que montaba guardia en el mirador junto a sus amigos. “¡Diez!”, contaba uno cuando aparecía el primer avión. Todos hacían las apuestas con emoción. Caía la bomba en las faldas del volcán. “¡Cinco segundos!”, adivinaba otro mientras esperaban el sonido de la explosión. “Uno de niño no entiende la dimensión de lo que está viendo, los militares bombardeando los campamentos guerrilleros”.

Al igual que en las paradas anteriores, el grupo era forzado a permanecer encerrado en las habitaciones de los hospedajes, a dónde solamente llegaban las personas encargadas de alimentarlos. La última parada fue Tijuana, “No fue agradable, yo y otra persona nos escondimos debajo de la cama y allí nos quedamos por horas. Las paredes eran de madera y allí podíamos ver a las personas fuera y yo pensaba “¿por qué estoy aquí enjaulado y ellos afuera?”. Recordó la libertad que vivía en su pueblo en una infancia dejada atrás. “En la niñez jugaba muchísimo. Irónicamente, fui un niño feliz en un lugar muy conflictivo”.

Mientras esperaba llegar a la frontera pensaba en el día que su padre había tenido que tomarla dura decisión de dejar un hijo atrás, ya que el gasto económico de cruzar a toda la familia era  demasiado. Recordó aquella tarde en que había llegado su primera mensualidad y como la había gastado toda en un día con sus amigos, claro que un niño de once años sería lo primero  que haría al recibir su primera remesa. Sonrió con nostalgia.

Era el momento de recorrer el tramo más decisivo y peligroso de todos. Marcos estaba aterrado, pensaba en su madre y en lo mucho que no había querido irse. Si no hubiese sido por aquella tarde, cuando llamaron a la puerta un grupo de guerrilleros preguntando por su padre. La guerrilla no había reconocido al hombre que buscaban, el mismo que les había desviado del camino a una dirección equivocada. “A mi papá lo buscaban para matarlo, lo tenían amenazado porque él organizó las patrullas de autodefensa civil. Eventualmente llegó a ser alcalde, la gente lo quería pero ellos no porque trabajaba para el gobierno.

En aquel entonces no estábamos a salvo de nadie, a quien le caías mal le decía al ejército que eras comunista y también te perseguían”.

Mientras permanecía acostado sobre la polvazón de aquella tierra que se extendía por kilómetros entre Estados Unidos y México, miró a su alrededor, miles de personas escondiéndose debajo de los arbustos, todos con miedo, todos ansiosos, pidiendo ayuda divina, “uno se asusta, quienes no creen en Dios terminan creyendo, quienes no saben rezar aprenden. El miedo te hace encontrar a Dios, porque de esas miles de personas, solo pasa un porcentaje. Tu quieres ser ese número. Así es como no te rindes. Nosotros comenzamos a cruzar a las 9 de la noche y terminamos a las 5 de la mañana”.

Un paso. Se escuchan los helicópteros gringos acercarse, “no levanten la mirada, –recordaba lo que el coyote había dicho –el brillo de los ojos se refleja, mantengan la cabeza agachada”. Guardaron silencio mientras pasaban por encima de ellos. Otro paso. Recordó aquellos días en Santa Eulalia cuando corría a TELGUA para escuchar el saludo de su padre. Y la emoción cuando aquel saludo llegaba en un casette por correo. Pensó que con esa emoción lo recibirían al llegar. Un paso más. Se detuvo y pensó en su madre, ya faltaba poco para llegar a sus brazos. Repasaba las instrucciones en su cabeza y las seguía al pie de la letra. Otro paso más.

“Llegué por San Isidro, San Diego, e íbamos para Los Ángeles en donde hay una garita más. En el carro estábamos una señora, el chofer, el coyote y yo. Nos hicimos los dormidos, y el conductor dijo que éramos una familia. Hasta el día de hoy no me explico lo que sucedió, fue un milagro. El carro estaba lleno de arena. No sé como el de migración nos dejó pasar. “–Bienvenidos a Estados Unidos -” nos dijo el coyote. La sensación que tuve de felicidad y alivio es indescriptible”.

Llegó a la casa de sus padres en un mundo que le era totalmente desconocido. Su madre estaba en el hospital dando a luz a su hermano. “Llegué y me trataron como si nada había pasado. Me sentí triste y decepcionado. Pensé: por esto no quería venir, en Santa Eulalia yo era feliz. Y es que allí ya no se trata de eso, sino comenzar a trabajar porque es momento de sobrevivir”.

En aquella tristeza, Marcos recordó el día que había recibido la orden de su padre: era su turno de migrar. él se resistió, no quería hacerlo, era feliz en su pueblo y tenía sus planes hechos, iría a la Universidad de San Carlos, como todos los demás lo hacían. La desobediencia no era una opción, el pago del coyote estaba listo y su suerte echada. Aquella noche que se despidió de sus amigos no dejó de llorar. La nostalgia de dejar su tierra lo invadió desde que puso un pie en la estación de buses a las cuatro de la mañana, “en cuanto te subes a ese bus sabes que no vas a regresar. Lloré todo el camino y cuando llegué el coyote me estaba esperando”.


En 1996 los republicanos aprobaron la ley de IIRIRA (por sus siglas en inglés) en la que se explica que quienes no tienen en estatus legal no son considerados elegibles para ningún beneficio respecto a la educación post secundaria


El proceso de adaptación fue sumamente difícil, especialmente bajo el abuso que sufrió de parte de sus compañeros. Las cosas más insignificantes lo hacían sentir confundido y frustrado, como el candado de combinación de la clase de gimnasia, “son cosas que no sabía. Entraba en pánico cuando llegaba y no descifraba cómo utilizar ese candado”, como si aquella pieza de metal englobara lo que sentía por ese nuevo lugar.

“Es como si sacaras una planta, le sacudes toda la tierra de la raíz y la vuelves a plantar. Yo llegué a la escuela sin hablar inglés. Mi clase favorita era matemáticas porque no necesitaba el idioma para comprenderlo y saber resolverlo. Cuando me dijeron que no podía tomar álgebra, por no saber ese idioma, me propuse aprender inglés, tomé los cuatro cursos de ISL y los completé en un año”.

Marcos obtuvo una beca universitaria que cubría el 90% de la educación y 10% de préstamo estatal que perdió con la aprobación de dicha ley. Sin embargo, buscó otras opciones sin rendirse, “Al final no importa la universidad a la que asistas sino el esfuerzo que pongas en salir adelante y ser el mejor”.


La educación en Estados Unidos es gratuita para todos los niños sin importar su estatus legal


Así sigue la historia de Marcos Antil, nunca dejando de aceptar un desafío, venciéndolo y disfrutando de la vida en el camino. Una persona amable, respetuosa, con los pies sobre la tierra y grandes aspiraciones.

Hoy Marcos es un hombre que debe su éxito al esfuerzo que realizó para conseguir sus sueños, traspasando las barreras del idioma, los impedimentos que las leyes de migración implican y las imposibilidades económicas.

Su empresa XumaK es de las más exitosas en Gestión de Experiencia Web y hoy en día apoya y crea proyectos para proporcionar educación a niños en las las comunidades del interior del país. Para Marcos, no existe obstáculo que no se pueda vencer con perseverancia, enfoque y determinación.


Artículo por Lourdes Galindo 

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