María José Casafont
Hablar con María José Casafont es como abrir la Caja de Pandora; allí dentro solo hay esperanza. Por más que te pueda costar ver el lado positivo de las cosas, luego de platicar con ella el desafío te parecerá más ligero. Confiar en la bondad de aquel momento cuando tropezamos o nos botaron, contar las lágrimas que lloramos de ira o felicidad o comprender que no hay atajos, solo caminos alternos es algo tan claro para ella.
La vida de esta madre, esposa y empresaria es como visualizarla en un trapecio. Verla aferrarse a lo que cree mientras se balancea con perfecta elegancia. “Yo creo en la bondad de las personas, y considero que no existen las casualidad sino los propósitos”, me comentó. Logré percibir que aquello que ella busca es la plenitud en todo lo que hace.
Una empresaria
La oportunidad de comenzar a emprender le vino a María José por medio de un amigo de la familia quien visitó España, se enamoró de la marca Cristian Lay y comenzó a venderle los productos.
“Mi socio y esposo, Jorge, me acompaño a Madrid y Jerez de Los Caballeros por dos semanas para capacitarnos en la compañía” me relató. Cuando regresaron a Guatemala abrieron las oficinas. En enero de 2016 se dio la apertura a todo el público.
Cristian Lay es una marca que ofrece más de 2,000 productos exclusivos por venta de catálogo (físico y virtual). La ropa, bisutería en oro y plata, relojes, tratamientos, fragancias y maquillaje hacen de este negocio algo prometedor para el mercado.
Hoy cuentan con delegados en las cabeceras de Petén, Izabal, Escuintla, Mazatenango, Jutiapa, Zacapa, y la Ciudad de Guatemala. “La calidad humana detrás de los valores institucionales que nos caracterizan son reflejo de nuestra visión”, explicó.
Sus proyectos
Además de su empresa, María José también es cofundadora de la Fundación Pancita Llena, Corazón Contento. Junto a su mejor aliado, su esposo, desde hace dos años trabajan para apoyar a la niñez guatemalteca, ofreciéndoles alimento diario, apoyo educativo y en recreación, así como de salud.
El comedor se encuentra en Villa Nueva, Guatemala. Ahí, llegan de 90 a 100 niños que viven en condiciones de pobreza.
Pero ella visualiza el bienestar externo tan importante como el interno, por lo que dentro del programa de apoyo también se les imparten clases de valores, morales y espirituales. “Creemos que la niñez guatemalteca necesita crecer y desarrollarse en un ambiente sano, con alimentación balanceada y con las mismas oportunidades que muchos otros niños”, dijo.
Una madre y esposa
“Yo fui hija única, por eso me encanta estar rodeada de niños. Amo las familias grandes y me veo sentada en una mesa llena de mis hijos y sus familias; por ahora, disfruto de sus ocurrencias y la inocencia que los caracteriza”, comentó.
La sincera identidad maternal es halagadora. No hay momento en que a María José no se le escuche lo mucho que ama su labor hogareño, además del nivel de inspiración que ello le proporciona.
Eso sale a relucir cuando habla de su hija menor, María Abigail, de quien se refiere como “una promesa de Dios”. El embarazado tuvo muchas complicaciones; “Verme con ella en brazos fue lo mejor que me pudo pasar”.
A medida que me relata su relación, visualizo a una madre agradecida. Abigail, quien ya tiene 8 meses, ha sobrevivido contra corriente; “Yo la arrullo para que se duerma, y sienta cuánto la amo y necesito”. No es ciencia la que me acredita decir que hay algo en esa relación que la ilumina por dentro.
“Me aferro a Dios y a mi familia. Me aferro a la idea que somos buenos y hacemos las cosas bien…allí es cuando tenemos recompensa porque se agrada a Dios”. Sus palabras me hacen recapacitar la manera que visualizo a la humanidad. Siempre contamos lo malo que hay en el mundo, las personas que con locura rompen la paz y con egoísmo arrebatan las esperanzas del otro. Pero María José no es así, ella tiene un concepto de justicia divina que abarca a todos, y a quien no se le escapa nada. “Entre el cielo y la tierra no hay nada oculto; la verdad prevalece ante la mentira”.
Quizás no hay nada más fuerte que la seguridad del porqué se vive. “Quiero llegar a ser viejita, rodeada de todo lo que amo y no arrepentirme de nada. Saber que viví y amé intensamente. Quiero que cuando llegue la hora de morir esté preparada para despedirme y viajar a una vida eterna”.
Me gusta preguntar esto, así que lo hice: ¿Qué consejo le darías a las mujeres que, como tú, quieren emprender? Con mucha confianza contestó: “Trabaja como nunca lo has hecho, vive como si fuera el último día, agradece a Dios en cada paso que das, disfruta dónde estás y el camino por donde caminas. Cuando estés en la cima recuerda en dónde estuviste al principio, y nunca te olvides de darle a quien más lo necesita”.
“Cuando trabajas en lo que te apasiona, se convierte en placer” – María José Casafont
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Por Daniela Quintero