Rebelarse ante el patriarcado

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En Guatemala, en pleno siglo XXI, las mujeres aún nos enfrentamos a situaciones innecesarias y excluyentes, ya que seguimos viviendo en un sistema de patriarcado. Daniela Castillo nos explica las consecuencias de ello, y la necesidad que tenemos de romperlo. Dejar en el pasado las limitaciones impuestas a las mujeres, ya que somos nosotras una clave para el desarrollo integral de nuestra sociedad guatemalteca.

LA LIBERACIÓN FEMENINA

REBELARSE ANTE EL PATRIARCADO

Por Daniela Castillo

Todas las mujeres nacemos en un sistema patriarcal y, por eso, estamos destinadas a una lucha constante por nuestra libertad. Es un sistema sutil en el que predominan los intereses del hombre opresor por encima de la integridad corporal y la dignidad de las mujeres. Nos afecta a todos, hombres y mujeres, el problema es que es tan “normal”, que es difícil darnos cuenta cuando lo estamos reproduciendo.

Todos crecemos con roles de género impuestos desde el momento en que a las niñas nos regalan juguetes como muñecas y cocinitas; y a los hombres pistolas y pelotas. Ni siquiera nos dan la opción de escoger nuestros propios juguetes. Este es el sistema opresor más antiguo de la humanidad. Muchos de los problemas que tenemos hoy en día como sociedad están enraizados en la falta de equidad.

Como ejemplo podemos tomar la esclavitud de las mujeres, tanto en la cocina como en la crianza. Cuando la sociedad sexista se hizo dominante, la conversión en ama de casa se institucionalizó, porque el poder se volvió sinónimo de hombre, y quien quedó en segundo plano fue la mujer. Esto abrió paso a que la formación de una familia fuera para un hombre como la formación de un pequeño reino que le pertenece, porque entre más mujeres y niños, más dignidad masculina.

Una dignidad masculina errónea y construída sobre bases opresoras. Esto también afectó al hombre en el sentido en que se le impone que cumpla con el papel del fuerte, proveedor y protector.

“Liberarnos como mujeres es un proceso personal que, a largo plazo, se vuelve colectivo”.

La buena noticia es que no estamos obligados a cumplir con estos roles. Es más, cuando estamos conscientes de ellos deberíamos de romperlos. Aquí es donde entra en juego el feminismo. Victoria Sau, escritora y psicóloga, lo define de esta manera: “el feminismo es un movimiento social y político que se inicia a finales del siglo XVIII y que supone la toma de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano, de la opresión, dominación y explotación de que han sido objeto en el seno de la sociedad patriarcal, lo cual les mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que se requieran”.

Liberarnos como mujeres es un proceso personal que a largo plazo se vuelve colectivo. Para entrar en este proceso es necesario deconstruirse y cuestionarse, ya que la reproducción del patriarcado no es algo propio de los hombres, también lo hacen las mujeres. El machismo está tan normalizado que aún en los espacios exclusivamente femeninos existe. Existe en comentarios como “que corta su minifalda”, “no se rasuró las axilas”, “te está dejando el tren”, o “¿para cuándo los hijos”. Existe cuando las madres les piden únicamente a sus hijas mujeres que levanten la mesa y laven los platos después de cenar.

Esto no quiere decir que las mujeres somos las más machistas, porque si partimos de ese pensamiento, el patriarcado nos juega la vuelta y nos sigue señalando a nosotras como las culpables. Estos comentarios entre mujeres son los efectos de este sistema. A esto hay que añadirle que todas sufrimos acoso callejero durante toda nuestra vida. Esta práctica se ha normalizado tanto que muchas mujeres solo han escogido aguantarse los comentarios, incluyendo los de otras mujeres, que al fin y al cabo son los menos amenazantes comparados con los de los hombres.

Otro pilar fundamental del patriarcado es controlar nuestros cuerpos, exigir que tengamos cuerpos depilados, firmes y perfectos. Los estándares de belleza que nos imponen son irreales y muchas veces hasta poco saludables. Ninguna mujer normal va tener el cuerpo de una modelo de pasarela que pasa horas cultivando esta “belleza” en los salones. Debemos entender que nuestros cuerpos son únicos y son nuestros, por lo tanto estamos en nuestro derecho de ser como querramos ser. Maquillarnos y depilarnos porque nosotras lo elegimos y porque nos sentimos cómodas con eso, no porque “así debemos ser”. Y de igual manera respetar a las mujeres que eligen no ser parte de esta cultura de belleza.

Estos estándares han mal acostumbrado al hombre a pensar que las mujeres debemos vernos de tal manera, y si no, entonces somos “feas”; cuando en realidad es que la belleza se encuentra en la esencia natural de cada persona porque es lo que nos hace únicos y diferentes entre sí. El patriarcado también toma el control de nuestros cuerpos cuando intenta convertirnos únicamente en madres, y de esta manera, convencernos que es nuestra virtud y nuestro deber. No lo es, no estamos obligadas a serlo.

La maravilla de la liberación femenina es darse cuenta que podemos ser quienes querramos ser. Sentirnos empoderadas y seguras, rebelarnos al sistema sabiendo que también podemos ser profesionales, que no estamos obligadas al espacio doméstico, que tenemos el control de nuestros cuerpos, que no somos propiedad de nadie, y que si decidamos tener una familia, no habrá jefe ni jefa y el trabajo será en equipo.

Así, al liberarnos nosotras, también los liberamos a ellos de ciertas cargas impuestas. Es un camino duro, pero que vale la pena recorrer.


 

 

 


 

 

 

 

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