Tokio, una ciudad para volver

 dentro de Globetrotter, Mujeres

El primer consejo que le he dado a cualquiera, ahora que he regresado de este viaje maravilloso, es “no trates de ver todo”, ¡es imposible! Sobre todo en un lugar con tanto qué experimentar, oler, probar y sentir…

Por Inés Farias

 

Era bastante temprano, pero la sensación de estar en un lugar diferente, a lo mejor el jet lag, me sacó de la cama. Con la desorientación que te dejan más de 10 horas de vuelo, abrí la cortina para presenciar uno de los más impresionantes espectáculos y es que a mis pies se encontraba una de las ciudades más fascinantes y pobladas del mundo: Tokio, Japón.

En ese momento una mezcla de emoción y nerviosismo me invadió. Había planeado este viaje por tantos meses. Fue un tiempo de intensa búsqueda en las guías de viaje, en las páginas de Internet y hasta en mi propia imaginación. Pero ahora aquí estaba y la verdad no sabía por dónde empezar.

La primera sensación que te deja Tokio es que, sin duda, has llegado a una ciudad gigantesca. Rápidamente aprendí que aquí los clichés no cuentan. Esta ciudad tiene de todo y en cierta forma lo es todo. Si quieres lugares tranquilos basta con dejarse perder en uno de los tantos jardines. Si quieres ruido, solo es cuestión de lanzarse a las calles y mezclarse con la multitud. Si eres un amante del arte, hay museos para todos los gustos. Imposible también que cualquier aficionado a la culinaria pueda quedar defraudado por “el cielon de Asia”, como se le conoce –así le llaman por los restaurantes con estrellas Michelin que abundan por ahí- desde pequeños carros de comida, y galerías con solo una mesa hasta finos locales gourmet.

 

Si al final lo que uno quiere es trascender, basta con sumergirse en la espiritualidad de una ciudad y de personas que, a pesar de que corren todo el día, siempre siendo puntuales y productivos, pareciera que al entrar a sus templos ya no les preocupara nada mas; encienden sus velas y elevan sus plegarias. Es como si el tiempo se detuviera.

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El primer consejo que le he dado a cualquiera, ahora que he regresado de este viaje maravilloso, es “no trates de ver todo”, ¡es imposible! Sobre todo en un lugar con tanto qué experimentar, oler, probar y sentir… Lo ideal es ir con un plan desorganizado. Sí, ya sé que parece una contradicción, pero es que esa es la mejor manera de explorar un destino como este. Es bueno saber qué es lo que se quiere hacer, tener algunos nombres de los lugares que no puedes perderte, precisamente para eso, para luego dejarte distraer y disfrutar todo lo que está a tu alrededor.

Si el arte es una prioridad, pues es excelente tener a la mano una lista de algunos de los tantos buenos museos que hay en esta capital, pero ya te darás cuenta que se te fueron las horas explorando el primero y eso está bien porque los has disfrutado al máximo. Si tuviese que escoger de nuevo un museo por dónde empezar creo que no dudaría en ir al Museo Nacional de Tokio. No solo es el más antiguo de todo Japón, con una colección impresionante de arte, cultura e historia sino que está ubicado en el corazón de Ueno Park, un lugar con interminables hectáreas de jardines, templos, lagos y cientos de árboles que, si se tiene la suerte de estar en la temporada indicada, se podrán apreciar con sus hermosas flores rosadas que tanto caracterizan a esta ciudad.

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¿Y dónde hospedarse? Pues hoteles sobran en esta cultura que se toma la hospitalidad muy en serio. Aquí hay para todos los presupuestos, bueno sin olvidarse que frecuentemente esta es una ciudad que resulta algo costosa para el visitante, no diría cara porque la calidad de lo que recibes y la forma en que te lo ofrecen le agrega un valor impresionante a la experiencia de turista; rápido hace que te sientas a gusto y casi como en casa.

Cuando de comer se trata este destino no defrauda. Es bueno informarse un poco sobre la comida local, porque lo que se puede encontrar es un poco diferente a lo que a veces nos hemos formado en la imaginación. En la mayoría de restaurantes -y sobre todo en los más conocidos- hay que reservar con mucha antelación, por supuesto que no puedes dejar la ciudad sin probar las delicias locales y si se cuenta con suerte, o la insistencia, tal vez logres conseguir una reserva en Sukiyabashi Yiro. Esa es una cena para nunca olvidar.

En medio del ajetreo de la gente que va y viene, de las luces neón que parecen sumergirlo a uno en juego de Nintendo del pasado, hay que encontrar un momento para visitar el Templo de Sensoji. La llegada a través de pequeñas calles adornadas, llenas de  ventas de comida local, te trasportan a otra época, lo que no es difícil que suceda aquí en el templo más antiguo de la capital. Es realmente un lugar hermoso, con una arquitectura fascinante y con una espiritualidad que se impregna.

Hay tanto que podría decir de Tokio, pero me quiero detener aquí y dejarlos con la sensación de que este es un artículo inconcluso, de la misma forma que una visita a Tokio nunca será totalmente completa, no importa cuánto tiempo estés allí, siempre te quedará la sensación que hay mucho más que ver y hacer, y eso está bien porque te queda aquella espina que hace que, justo cuando te estás marchando, quieras comenzar a planear tu regreso.

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