Boceto: nacimiento y muerte de un proyecto

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La conocí cuando apenas daba sus primeros pasos en el diseño, una joven delgada de flequillo. Vegetariana. Sedienta de colores, formas y proyectos. Su espíritu era tranquilo, nunca alborotado, siempre enfocado. Observadora, de voz suave. Pasaron los años y nos perdimos la pista. Aunque vivamos en una época donde las redes sociales nos cuentan qué sucede con nuestros conocidos, a veces dejamos de ver a las personas, como si hubieran desaparecido.

 

No supe qué había sucedido con ella hasta esa mañana, en la terraza de un café. Encontré a María José cambiada, ahora era toda una profesional. Su look le hacía honor a su profesión: un blazer azul pavo, una playera fantástica, pantalones a rayas hasta el tobillo, tenis blancos, cabello corto y unos lentes con marco negro que le sentaban muy bien. Un té y un plato de fruta acompañaban la conversación. Aunque nos conocíamos, ¿de qué forma le preguntas a alguien por un proyecto que fracasó? Resulta un poco invasivo, aunque a veces también funciona como un momento para analizar las lecciones aprendidas.

 

Al final mi trabajo es contar historias, así que realicé la pregunta incómoda y esto fue lo que repondió.

Pepita Labs: la semilla

 

Mi nombre es María José Sierra, tengo 26 años y soy diseñadora industrial. Al salir de la U me contrataron en “el trabajo soñado”: estaría en Lábrica, una empresa de muebles contemporáneos. Trabajaba directamente en el taller, viajaba a ferias de diseño, pero algo me faltaba. Aunque estaba poniendo en práctica mi carrera, deseaba realizar mis propios proyectos. Aprendí de mis jefes, Ricardo y Lorena, sin embargo, descubrí que los muebles no eran mi enfoque.

 

Renuncié y estaba en esa época de exploración, ya sabes, hacía diseño modelado, o diseño de aparatos electrónicos, por ejemplo. En ese momento trabajábamos mi novio, mi mejor amigo y yo en un mismo espacio. Aunque cada quien se dedicaba a lo suyo, la sinergia que se creaba cuando estábamos juntos me motivaba. Decidimos iniciar un estudio de diseño, pero después optamos por una oficina, un espacio que quisimos compartir con más personas, profesionales de distintas disciplinas pues valoramos y creíamos, aún creemos, que se aprende más al estar en contacto con aquellos que no piensan como tú.

 

Iniciamos nuestro espacio de coworking y se sumó una cuarta integrante. Así nació Pepita Labs. En ese momento teníamos 24, 25, 26 y 27 años.

La pepita que florece

El espacio creció de una manera que no esperábamos. Sin embargo, su gestión nos absorbió de tal manera que debimos dejar a un lado nuestros proyectos personales. Estábamos absortos en la administración de Pepita, conocíamos personas nuevas y deseábamos formar una comunidad. Logramos crear una red de emprendedores, conocidos e inversionistas que visitaban regularmente el espacio y participaban en los distintos eventos que realizábamos.

 

El capital inicial era propio. Uno siempre piensa que iniciar una empresa es sumamente difícil, pero no, es mas fácil de lo que crees. Poco a poco Pepita Labs empezó a crecer y florecer. Muchas personas nos mostraron empatía y les gustaba involucrarse en el proyecto. Pepita era mucha gente. Así corría el primer año.

 

La planta que languidece

 

Cuando empiezas un proyecto lo demás queda en pausa. El primer año la oficina tenía muchos costos fijos que no se mantenían solo del negocio, nuestros trabajos extra nos ayudaban a pagar la renta.

 

Todo iba bien, teníamos buena sinergia, pero ¿qué pasó? fallaron algunos detalles, elementos clave, como la comunicación interna. Coincidentemente el día que lanzamos la empresa fuimos a una charla en la que el conferencista decía que formar una sociedad era como casarse. Te lo dicen, pero crees que es un poco exagerado.

 

Otro de los factores que agrietaron el proyecto fue la falta de empatía. Esto influye en cómo se opera, cómo manejas las finanzas y cómo se vende. Ese fue uno de los elementos principales por el que no funcionó.

 

Teníamos una red de apoyo, pero no supimos pedir ayuda o asesoría para fortalecer los puntos que nos estaban afectando. Fue así como se empezó a fragmentar el grupo de socios. Además, teníamos deudas con el arrendatario. Los primeros meses fueron duros y no lo supimos manejar. Al final, el dueño puso punto final a nuestro contrato.

Cometimos errores y los enumeraré, si tú al igual que nosotros, te lanzaste a emprender:

 

  • Nunca lances una iniciativa en noviembre y diciembre. Son meses muertos pues la gente no está pensando en oficinas o proyectos. Su mente la ocupan convivios, regalos, vacaciones…fin de año.
  • Como todo negocio, nuestro espacio tuvo épocas altas y bajas, pero no supimos manejarlo. Debes saber cómo distribuir tus finanzas para esos meses difíciles.
  • Borra de tu mente que puedes lograrlo solo. Necesitas de los demás, de tus socios, de otros profesionales para sacar adelante un proyecto.

 

¿Lo positivo?

  • Conocimos a distintas personas y formarnos una comunidad que aún sobrevive.
  • Actualmente tengo proyectos con personas de otras profesiones, personas a las que, probablemente no hubiera acudido.
  • Aprendí a ser asertiva a la hora de comunicar.
  • Valoro más a las personas y aprendí a separar lo personal de lo profesional.
  • La emprendedora debe ser curiosa, debe tener una noción básica de sus fortalezas y oportunidades de mejora.
  • La emprendedora debe estar en constante crecimiento e interesarse por aprender.
  • Debes pedir ayuda o asesoría para temas que no controlas.

 

Actualmente soy catedrática universitaria e inicié un espacio para hablar a cerca de diseño industrial: Vaya la Papaya. Con mis alumnos he vuelto a enamorarme del diseño y he aprendido que existen habilidades que se desarrollan con el tiempo: hablar en público, por ejemplo. Antes me costaba escribir, pero lo he ido aprendiendo. Junto a mi novio fundamos una nueva empresa: LETAL. Es importante estar en contacto con una misma y conocerse, porque solo así podremos conocer a los demás, y saber que hay gustos de los que no debemos alejarnos, en mi caso, no volveré a alejarme jamás de mi “yo diseñadora”. La experiencia tuvo sus momentos dulces y ácidos, pero no lo cambiaría por nada, fue como tomar cinco años de experiencia comprimidos en dos años. Y, al final del día, es de los desaciertos de donde se aprende.

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