La historia de un bebé

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Mi pequeño no ha cumplido las 40 semanas y pide salir de mi vientre. Apenas tiene 28, pero el trabajo de parto inició. Quiere nacer.

Un bebé prematuro resulta un reto, pero también una gran bendición. El próximo mes, el 17 de noviembre, se celebra el día de los pequeños que han decidido nacer antes de las 37 semanas de gestación. Sin embargo, todos los días debemos recordarlos por su valentía, sus familias, los héroes y heroínas con estetoscopio que los atienden y las hadas madrinas que velan por ellos las 24 horas.

Roosevelt y los bebés

En la cafetería del Sanatorio El Pilar, me espera una joven neonatóloga. Una mujer de cabello corto y rostro afable. Una profesional sensible con paciencia y habilidad para traducir los complicados términos médicos. Su nombre es Andrea Castillo, la jefa médica del Intensivo Neonatal y Sala Cuna. Responde cada una de mis dudas como se las explicaría a cualquier paciente, con empatía.

Hablo con ella para entender el por qué de la prematurez. La doctora Castillo explica que existen factores de riesgo como “los límites de edad (ser muy joven o mayor de 35 años), que la madre tenga una enfermedad diagnosticada o desarrolle alguna durante el embarazo como hipertensión o diabetes. Que la mamá haya tenido un hijo prematuro, que ella misma haya sido prematura o en su familia haya ocurrido. Esto último se descubrió a través de la epigenética (el estudio de la memoria genética transmitida por generaciones que luego puede influir en la salud, embarazos múltiples y sí, prematurez)”. Sin embargo, cada caso es distinto.

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La neonatología, esa rama de la pediatría que se ocupa del estudio y asistencia a los recién nacidos es una ciencia joven. Se remonta a los años 50, cuando el dinero de la Fundación March of Dimes, la misma que fuera creada por el presidente Franklin D. Roosevelt para las investigaciones del virus del Polio, patrocinara estudios para dar una respuesta a la prematurez en la década del 60. Fue durante ese proceso que los médicos investigadores descubrieron la importancia del calor para los bebés. “En ese momento de la historia, se consideraba prematuro a un bebé de 35 o 34 semanas”, cuenta la doctora Castillo. A la fecha ha conocido pacientes que llegan al Intensivo Neonatal de 26 semanas.

Fátima

María Lourdes tenía 26 semanas de embarazo cuando empezó con trabajo de parto. Fátima llegó al mundo por parto normal, su neonatólogo la colocó en un ventilador. La alimentación de la bebé fue con leche materna. La pequeña permaneció durante 10 semanas en el Sanatorio El Pilar y después de varias evaluaciones, estaba lista para irse a casa.

Para que niños como Fátima tuvieran esperanza de vida, transcurrieron varias décadas de descubrimientos, por ejemplo, el uso del surfactante. “Utilizar el surfactante en prematuros es un parteaguas en la historia de la medicina, sucedió a finales de la década del 70. Es una sustancia similar al jabón que ayuda a mantener expandidos los pulmones; sin él, colapsarían. Otro hallazgo importante fue a finales de los años 80: la utilización de cafeína en prematuros”, explica la doctora. Sin embargo, también reconoce un elemento indispensable para que un bebé como Fátima pueda marcharse pronto a casa: el entrenamiento de las enfermeras.

S.T.A.B.L.E

Sugar & safecare

Temperature

Air way

Blood pressure

Labwork

Emotional support

Un grupo de enfermeras que atienden el área del Intensivo Neonatal en el Sanatorio El Pilar, tuvieron la oportunidad de viajar a Estados Unidos y recibir un programa de reanimación neonatal y el famoso S.T.A.B.L.E. un entrenamiento de transporte neonatal basado en seis módulos de evaluación y cuidado. “Con estos elementos la enfermera sabrá identificar si algo no marcha bien. Por ejemplo, si se identifica a tiempo una alteración de la temperatura se evitan complicaciones, problemas pulmonares o del corazón. Otro punto importante es la empatía, pues la enfermera también tendrá contacto con los padres, porque buscamos que ellos no sean visita sino parte del equipo: cuidado centrado en la familia”, explica la doctora Castillo.

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De vínculos y otras historias

Gabriel nació cuando su mamá tenía 29 de embarazo. Empezó trabajo de parto de manera sorpresiva y fue llevada a sala de operaciones para que el pequeño naciera. Tuvo problemas respiratorios y se le colocó en el ventilador por varios días. Su familia y amigos rezaban por él y le visitaban en el hospital. Sus padres llegaban cada día para cangurearlo, darle su calor, cariño, terapia física y masaje. Después de ocho semanas de lucha regresó a casa.

Es necesario que tanto las y los médicos, enfermeras y papás formen un equipo. “Para que un pequeño pueda irse a casa hace falta que sepa controlar su temperatura solo, que pueda succionar bien y que la familia esté preparada para cuidarlo”, explica la doctora Castillo.

Uno de los bebés más pequeños que recibieron fue a Nicolás, de 25 semanas. Pesó 680 gramos, aproximadamente 1.5 libras. “Hace muchas décadas atrás no se hacía nada por ellos porque no existía el surfactante u otros medios para ayudarlos a sobrevivir”. A este pequeño se le atendió rápido, ingresó a una incubadora y estuvo bajo control médico las 24 horas. El equipo de neonatología conoce bien a los niños, sabe identificar sus necesidades y cuándo realizar una acción para ayudarles.

La doctora Castillo cuenta que antes se pensaba que los bebés no sentían dolor pero los estudios revelan que son más sensibles, sienten mayores molestias y que esta situación puede afectarles durante la infancia. “Cuando un pequeño siente dolor se puede identificar en sus signos vitales porque cambian, por ejemplo, tiene taquicardia o hipertensión. Pero el papel de la madre es fundamental: los niños se calman al escuchar su voz, también estar en posición canguro hace que disminuya la sensación de dolor”.

Otro aspecto importante en la técnica canguro es que la madre desarrolla confianza que sus cuidados serán los adecuados para el bebé. Tener una incubadora de por medio hace que no exista un apego adecuado, resulta un poco más difícil para la madre.Por ejemplo, teme tocar a su pequeño. Sin embargo, adoptar desde el principio este método ayudará a ambos y, cuando el pequeño salga de su etapa aguda, la mamá confiará en sus instintos.

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Finales felices

El hospital cuenta con incubadoras que ayudan a identificar el nivel de ruido, luz, calor y humedad. Busca recrear un ambiente parecido al útero de la mamá y los bebés pasarán algún tiempo aquí. Otro cuidado que se tiene con los pequeños que se encuentran en el intensivo es tratar de alimentarlos durante el primer tiempo de vida con lactancia materna exclusiva “se sabe que la leche materna ayuda al sistema inmune por sus componentes bioactivos”. Se los proporcionan a través de sonda y esperan un tiempo a que crezcan para colocarlo en el pecho de la madre.

La lista de los niños que han permanecido durante sus primeros días de vida en el Sanatorio El Pilar es larga. La doctora Andrea los recuerda y es capaz de enumerar sus nombres, peso y talla; así como el nombre de su familia. Su pasión por dedicarse a cuidar de los más pequeños aumentó cuando cursaba el segundo año de la residencia en Pediatría, por una situación personal: Su sobrino, Mateo, nació de 27 semanas. “Fue impresionante su evolución. Yo antes pensaba: prematuros igual a caos y complicaciones. Pero con él no fue así. Los bebés prematuros me producen una ternura que no puedo explicar. En este trabajo he conocido a distintas personas, establezco relaciones con las familias y busco tener un impacto positivo en las familias”.

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