REBELARSE O MORIR EN EL INTENTO

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Los rebeldes de la clase siempre fueron rechazados por la mayoría. Tenían su atractivo pero a la larga a la mayoría le parecía que eran quienes siempre se meterían en problemas innecesarios, pagarían las consecuencias de sus actos de una manera poco atractiva y probablemente acabarían fracasando en su vida. Esa fue la idea que se sembró en nosotros desde temprano. En contraste, los alumnos ejemplares eran aquellos que se apegaban a las normas, que “hacían caso”, que sacaban buenas notas; sabían seguir instrucciones y pasaban de grado a grado sin problema alguno.

Habíamos quienes, sin embargo, sencillamente no podíamos seguir el ejemplo de los “bien portados” o responder a las llamadas de atención de una maestra o maestro. Era como si en nuestro cerebro no había sido implantado el chip de la obediencia. Y por supuesto, nos tocó pagar caro la mayoría de las veces, sintiéndonos culpables, reprochándonos nuestro carácter de rebeldes.

Ser rebelde es señal de inteligencia. La rebeldía generalmente es el resultado del cuestionamiento y la inconformidad, ambas actitudes producto del razonamiento. Pero en un sistema educativo como el nuestro, resultado de una cultura marcada tanto por la influencia colonial y religiosa como la represión militar, la educación ha sido sinónimo de sumisión: regirse a las normas, aceptar las cosas como son, seguir instrucciones sin analizarlas y cuestionarlas, mantenerse a raya. Ha sido así como la persona “educada” acaba siendo muchas veces la persona que menos capacidad tiene para pensar críticamente. Hoy, muchos de ellos, ya en su adultez pronuncian con orgullo cosas como “yo nunca he tenido problemas con nadie” sin darse cuentan de las implicaciones de ello. El rebelde, por otro lado, muchas veces tachado de “no educado”, acaba por ser anulado en un sistema que ha hecho parte de su naturaleza el rechazo a lo diferente.

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Pensar críticamente tiene como condición necesaria la insatisfacción con las cosas como son pues una persona que posee un carácter crítico tiene la inclinación a buscar las razones detrás de todo y no se conforma con cualquier explicación, mucho menos con un “así debe ser”. La creatividad está ligada a ese tipo de pensamiento también pues la búsqueda incesante por otras explicaciones está acompañada de la imaginación y la capacidad de plantearse algo nuevo, considerar lo inesperado, pensar en otras realidades posibles. En el sistema educativo local, la creatividad quedó relegada a las artes plásticas o la expresión musical y la mayoría de las veces sólo como concepto pues en la práctica las normas son las que más pesan en esas disciplinas: formatos, puntos de fuga, líneas rectas, tiempos y pentagramas juegan un papel opresor en las mentes de muchos niños con un enorme potencial creativo.

A nivel social la represión es aún mayor pues no sólo es el resultado de reglas impuestas desde fuera sino que las hemos internalizado y las reforzamos culturalmente. Podemos encontrar innumerables ejemplos en la cotidianidad. La autocensura, el miedo o el sentirnos bloqueados al querer hacer algo son parte de ello como también el reprocharle a otros el brindar otras perspectivas, pensar distinto o querer llevar una vida que no se conforma a la media. Por otro lado, expresiones tan comunes como “Primero dios”, “Si dios quiere”, “Así toca” o “Aquí sobreviviendo”, son reflejo de una mentalidad de comodidad y conformismo. Muchas veces nos parece que es mejor esperar a que se dé un milagro que hacer algo al respecto, que salirse de la norma, que actuar en contra del statu quo, aún cuando estamos en la posición de hacerlo.

El que muchas personas se sientan amenazadas ante otras formas de pensar o el que nosotros mismos podamos sentir miedo es natural en nuestro contexto. Nos enseñaron a evitar la tensión o el conflicto. Pero la tensión y el conflicto son la base del aprendizaje, del autoconocimiento, de la realización personal y colectiva. Mientras no abracemos el desequilibrio no estaremos abiertos a ver más allá de nosotros mismos y de la convención ni podremos rebelarnos. Vivir en democracia, de hecho requiere que estemos abiertos a una enorme multiplicidad de opiniones y puntos de vista, que nos formemos en el pensamiento crítico para alcanzar la autonomía y nos comprometamos con una búsqueda permanente de otras alternativas. Esto será imposible si bloqueamos a los rebeldes. El avance de las ideas y el conocimiento que poseemos hoy como humanidad habría sido imposible si los sistemas opresores hubieran podido eliminar a todos los rebeldes.

Pero hoy, más que nunca, necesitamos un cambio. No adaptarnos al cambio: anticiparlo. Romper con el molde, aceptar que somos producto de una cultura silenciada, temerosa de opinar distinto y formar parte de su transformación a partir de la crítica y de la rebeldía. A partir de ello podemos aprender a no conformarnos con una vida en pareja, un trabajo y un entorno social impuestos por un sistema que nos limita como seres humanos, y que nos limita a muchas mujeres especialmente. Podemos verlo como una deuda con quienes han perdido su vida por hacerlo y también como una deuda con nosotras mismas y con las siguientes generaciones. Guiadas por otro tipo de mandado, uno que venga desde dentro, uno como el de la poeta Alaíde Foppa: “Mujer: Un ser que no acaba de ser / No la remota rosa / angelical, / que los poetas cantaron. / No la maldita bruja que los inquisidores quemaron. / No la temida y deseada / prostituta. / No la madre bendita. / No la marchita y burlada / solterona, / No la obligada a ser buena. / No la obligada a ser mala. / No la que vive porque la dejan vivir. / No la que debe siempre / decir sí. / Un ser que trata / de saber quién es / y que empieza a existir.”

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