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Alejandra Paniagua-Ávila es como una aguja en un pajar. En un país donde ejerce un promedio de 26 investigadores por millón de habitantes, ¿qué la motiva a vivir en una comunidad rural? “Quiero hacer ciencia, crear conocimiento”.

 

Hay quienes ven el cielo y se maravillan por su color, o por la forma de las nubes. Hay quienes ven el cielo y se preguntan por qué es de ese color y a qué se debe la textura de las nubes. Hay médicos que examinan a un paciente, reconocen sus síntomas y extienden una receta. Fin. Hay médicos que se dedican a buscar razones, la raíz de los problemas; a encontrar en la enfermedad un sujeto de estudio, descubrir qué la genera, y las condiciones físicas, emocionales y sociales que favorecen su evolución. Investigadores médicos, personas que desean saciar su curiosidad con un solo objetivo: Generar conocimiento.

 

Investigar en Guatemala es como intentar navegar en un mar embravecido y con muy malas condiciones climáticas. En el país existe un promedio de 26 a 27 investigadores en jornadas de tiempo completo por cada millón de habitantes, este dato según el estudio “Relevamiento de la Investigación y la Innovación en la República de Guatemala”, publicado por la UNESCO, en 2017. De cada 10 investigadores, 4 son mujeres. El documento especifica que “para que las actividades de investigación e innovación puedan comenzar a influir en forma visible en la economía del país, el tamaño de la comunidad científica guatemalteca debería ser, al menos, unas 45 veces más grande”.

 

Contra todo mal pronóstico hay quienes se arman de valor y se lanzan al agua. Alejandra Paniagua-Ávila es de las valientes. A sus 28 años trabaja en FUNSALUD, dirigiendo un proyecto de investigación en una comunidad llamada El Trifinio, en Coatepeque, un área donde convergen los límites de Retalhuleu, Quetzaltenango y San Marcos. Busca responder cuáles son los efectos en el neurodesarrollo por infección de Zika post-natal. “De las únicas de este nivel en el país”, relata. La misma es financiada por el National Institutes of Health (NIH, por sus siglas en inglés), y es una colaboración entre FUNSALUD, la Universidad de Denver Colorado, la Universidad de Baylor y la Universidad Emory .

 

¿Qué motiva a una joven a investigar en un país como Guatemala?

Es bueno preguntar

 

“Era de esas niñas preguntonas”, cuenta la joven sentada frente a mí, una calurosa tarde de abril. Bebe una limonada con hierbabuena sin azúcar mientras recuerda que siempre se inclinó por el arte, la creación y la ciencia. Habla claro, técnico, como quien está acostumbrada a utilizar palabras y términos que el resto de mortales no solemos usar todos los días. Durante todo el tiempo que dure la entrevista saldrán a flote palabras clave: investigación, retos, comunidades y cambiar el sistema de salud.

 

¿Por qué elegir medicina como punto de partida? Alejandra recuerda que fue en el colegio, “hacíamos servicio social, en el área rural de Tecpan. Una niña se me acercó y me dijo, acompañame, mi mamá está enferma, ¿tienen alguna medicina con la que nos puedan ayudar? Yo la acompañé, se suponía que no podía hacerlo, pero me fui tras ella y vi a su mamá postrada en cama con el pie hinchado e infectado (ahora sé que era pie diabético). En ese momento no sabía que le sucedía, me frustré. -Señora, ¿por qué no ha ido al médico?, le pregunté. Ella me respondió que no tenía cómo pagarlo. -Pero hay puestos de salud. Y ella dijo que no tenían personal”. La respuesta le impactó y se quedó grabada en su corazón. Otro hecho también marcó su historia, cuando tenía 15 años su papá se enfermó y estuvo hospitalizado un mes y medio. Todos vaticinaban lo peor, “pero me di cuenta de la diferencia que puede hacer un médico que es humano versus uno que no. Entre tantos doctores que vieron a mi papá, dos determinaron su estadía, uno de ellos fue el doctor Batres. Mi papá aún lo recuerda”, cuenta Alejandra.

 

Al graduarse, sabía que quería trabajar en alguna carrera que estuviera relacionada con la ciencia, “me imaginaba descubriendo algo, sin embargo, no llegué pensando ‘quiero crear conocimiento’”, eso sucedería con el tiempo. Estudió Medicina en la Universidad Francisco Marroquín (UFM), por esos años hubo varias enfermedades en su familia, incluyendo su padre y hermana, por ello su familia tuvo muchas limitaciones financieras. “En algún momento pensé que no iba a lograr graduarme de medicina. Tuve la dicha de encontrar apoyo financiero a través de la beca del Doctor Minondo, dirigida a alumnos de medicina de la UFM distinguidos. Esta beca cubrió el 50% de la colegiatura de los últimos años y me permitió finalizar mis estudios”.

 

 

En la UFM existe el programa The Guatemala Penn-Partners, que ofrecía becas para hacer investigación en la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia, Estados Unidos. Aplicó y de esta forma viajó para estudiar la Maestría en Salud Pública y fellowship en investigación, para formar investigadores independientes.

 

Dos años fuera cambiaron su visión de la vida.

En el trifinio

Guatemala es un país sin datos, por ejemplo, el último censo de población fue publicado hace 16 años y se trabaja sobre suposiciones. Esas carencias llamaron la atención de Alejandra “la falta de información hace difícil mejorar la situación de salud pública, no se sabe qué está mal y cómo mejorarla. Se necesitan datos que vayan más allá de la biomedicina”.

 

Cuando realizó su rotación rural de medicina descubrió su pasión por el trabajo con las comunidades. En San Juan Sacatepéquez conoció a Ana María Canel, “una mujer indígena que toda la vida ha trabajado por la salud del lugar donde vive. Es una persona inteligente, proactiva, con intuición y sensibilidad para curar. Tal vez hagan falta médicos en áreas rurales, pero siempre hay promotoras comunitarias, líderes que buscan hacer la diferencia y lo único que esperan es capacitación. Ahí es donde las personas con entrenamiento formal pueden complementar”.

 

Alejandra encuentra en la investigación una herramienta para el desarrollo humano, necesaria para mejorar los sistemas de salud. “Me interesa la búsqueda de soluciones, la implementación de programas e intervenciones que mejoren el estado de salud de una población”. Cree que una persona dedicada a la ciencia debe ser humilde y prestar sus conocimientos al servicio de los demás. El estudio que dirige es ejemplo de esto, “aunque este es un estudio observacional, en el que no estamos t se infectan con Zika luego del nacimiento, nos ha permitido hacer mucho más. Primero, contratamos a un grupo de más de 30 personas, a las que he entrenado en principios de investigación y salud comunitaria. Busco que sean agentes de cambio vayan a donde vayan, para que siempre trabajen por disminuir el sufrimiento de las personas, para que comprendan que la salud va más allá de factores biomédicos y para que sean líderes en la institución en la que trabajen. Segundo, a través de este gran equipo de personas, hemos logrado alcanzar a niños y madres de las comunidades que no habrían tenido acceso a servicios de salud sino fuera por este estudio. El personal de estudio se ha convertido en un puente entre la comunidad, la clínica de FUNSALUD y otras clínicas y hospitales públicos”.

 

Aunque aún está definiendo cómo será su carrera en el futuro, se inclina por crear capacidad local para investigación médica y salud pública, “quiero llegar a ser líder en investigación en Salud Pública latinoamericana, definitivamente trabajaré en colaboración con comunidades (no me imagino haciendo investigación en un laboratorio o en una oficina sin tener contacto con la comunidad), medicina preventiva, implementación de intervenciones de salud a nivel comunitario y creación de lazos entre la comunidad científica, proveedores de salud y personas de la comunidad”.

 

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