CUANDO UNA HIJA FALLECE

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“A uno le toca ajustarse para seguir adelante de forma positiva. Nunca se olvida pero no lo puedes cambiar, se trata de aceptarlo”, Rosa María Boppel.

Perder a un ser querido es como caminar de pronto en una ruta distinta a la que uno se había planteado. Es caer de repente y tratar de levantarse para continuar, cada quien lo hará a su modo: algunos esperarán que terceros les tiendan la mano, otros no podrán y hay quienes simplemente se sacudirán la grava que se les incrustó y seguirán adelante. Todas las personas llevan el duelo de distinta forma. La hija mayor de Rosa María Boppel falleció 22 años atrás, ella compartió su historia con LOOK.

“Mi hija se llamaba Déborah y tenía 16 años cuando se accidentó, en ese entonces mis otros tres niños tenían 13, 9 y 5”.

“Siempre he tenido una empresa de decoración de eventos y estaba preparando una boda. Ella me había pedido permiso para reunirse con sus amigos en la casa de uno de ellos y más tarde llamó para quedarse un rato más. Estaba en Carretera a El Salvador y había construcciones en el camino por lo que uno de los carriles se encontraba cerrado. El joven al volante empezaba a manejar”.

Al finalizar su trabajo, Rosa María se preparó para ir a un evento al que estaba invitada, se había arreglado y ya iba en camino pero decidió volver a casa a causa de la lluvia. De pronto su teléfono empezó a sonar, era su hermano, “véngase porque estamos en el hospital”, le indicó.

Al llegar su hija estaba como dormida en una camilla, los golpes que tenía en el cuerpo eran internos. Otro de los pasajeros del vehículo todavía alcanzó a hablarle, “no le vaya a decir nada a mi mamá”, dijo el joven que falleció por los golpes que tenía en la cabeza. Su sobrina, que también iba en el carro, tenía la cadera quebrada, pero había acompañado a Déborah en la ambulancia, “ellas parecían hermanas, tenían casi la misma edad”, cuenta Rosa María.

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Pasó la noche y los signos vitales de Déborah languidecían. Los médicos fueron claros: ya no se podía hacer nada. Falleció al día siguiente.

“Un accidente es eso: un accidente. Uno no puede recriminarle a nadie nada, le toca ajustarse para seguir positivamente. Nunca se olvida, pero las cosas no se pueden cambiar. Consiste en aceptarlo porque nadie se lo espera. Mis otros tres hijos estaban pequeños y me dediqué a ellos y a seguir trabajando. Eso me ayudó y me distrajo. También recibí mucho cariño de mis familiares y amigos. Resulta difícil pues uno no espera enterrar a sus hijos. No existe una receta para superar una pérdida, sin embargo, al paso de los años siempre hay gente que demuestra empatía y cariño por uno”. La vida la había preparado para la pérdida, “yo tenía 10 años cuando falleció mi hermano de 15 a causa de una operación. Cuando cumplí 23, murió otro hermano en un accidente. Yo tenía a mi mamá como ejemplo porque siguió adelante. Pero en nuestro medio a veces resulta difícil tomar la decisión de continuar. Pasaron unos días y envié a mis hijos a estudiar, ‘tú deplano venís porque no querías a tu hermana’, espetaban los otros niños. Los lineamientos sociales te hacen creer que si a uno se le muere un familiar debe quedarse encerrado, llorándolo y uno no puede continuar con su trabajo y estudios. Esto no quiere decir que no se quiera a quien partió. Aunque uno está muy triste debe aceptar lo que sucedió. Tomé algunas medidas como no decorar o asistir a graduaciones ese año. Otros eventos sí, como comuniones o bodas, pero ¿para qué iba a ir a aquellos lugares donde no me sentía cómoda? Aún ahora encuentro a sus compañeras y hay mucho aprecio, ellas ya tienen 38 años, son mamás y profesionales”.

Rosa María tomó algunas decisiones para proteger a su familia: decidió no llevar a sus hijas pequeñas al cementerio, “ahora llevan a los niños a los funerales pero antes no era así”. También los cambió de colegio, para que estuvieran en un ambiente distinto. En la institución educativa a la que asistían antes habían decidido colocar un jardín del recuerdo pero ella prefería no verlo. El cambio fue bueno para la familia. “El primer año nuevo que pasamos solo los cuatro fuimos a celebrarlo a otro lugar, quería crear en mis hijos nuevas experiencias. Aunque fui educada para guardar luto, mis hijas me decían ‘mire ya no se ponga negro’. Al principio cuesta porque, como dije antes, uno no está preparado para una situación así”. Rosa María decidió no asistir a algún grupo o psicólogo “en ese momento no sabía que existía la tanatología. A mí me sirvió estar ocupada. Pero cada quien lo lleva como le parece mejor”.

En 22 años el tiempo ayuda a cicatrizar heridas. Siempre presentes pero duelen menos. “Ahora ya voy por el segundo nieto. Nunca me dediqué a vivir del pasado sino a forjar un futuro”.

*Existe en Guatemala un grupo de apoyo creado hace 10 años llamado Lazos de Amor. Las reuniones son el primer y tercer martes de cada mes, en el restaurante Zurich zona 10, a las 13 horas.

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