PARTIR Y REALIZARSE

 dentro de Cultura, Insight

Querido B.: Te escribo esta carta como despedida. He decidido irme y no necesito hablarlo, me basta con este adiós. Llevo días pensando en lo que debí decir y hacer distinto. Han pasado tantos años que me había olvidado de mí misma. Esta sensación, este impulso, esta energía, tan parte de mí, y tan lejanos. Hoy siento de nuevo algo que había dejado de sentir, que había dejado de ser, que con la rutina se había quedado enterrado, quizás detrás de tus celos y de tus gritos, quizás oculto detrás de tu necia necesidad de controlarme.

El otro día en una conversación casual me recordé de un trabajo que tuve hace años, antes de conocerte, de la alegría de hacer lo que me gustaba y sentir que lo que hacía me hacía crecer, aprendiendo todo el tiempo, encontrándome constantemente en un estado de concentración y emoción inigualable… Cuando te lo comenté te quedaste en silencio y me preguntaste: “¿con quién te acostaste para conseguir ese trabajo?”. Me dio mucha rabia, pero intenté aclarártelo: siempre fui capaz de conseguir buenos trabajos por mis propios méritos. Pero qué importaba la explicación. Nunca te mereciste una. No te merecías nada, realmente.

Hoy me siento de nuevo en casa. El sabor del vino, la ligereza, el calor en los ojos. Dentro de mí de nuevo este impulso. Debí girar la vista. Ahorrarme el pánico. Qué más da. Mi mente se opaca, mi cuerpo está cansado. El reloj ya no amenaza, hoy no llegarás, hoy no te esperaré. La punzada se aliviana. Hoy te digo adiós, B. y tus gritos se enmudecen, tus amenazas se hacen nada. Nunca me creíste capaz de hacer nada, al menos eso transmitiste con tu conducta simbólica, siempre violenta, siempre agresiva, pero en el fondo sólo insegura. A veces te miraba como un niño abandonado muerto del miedo, “sólo tiene miedo” me dije tantas veces y me acerqué a consolarte. Ya no quiero consolarte, quiero dejarte muerto del miedo, solo, con tus inseguridades y tu cobardía.

Poco a poco fuiste sembrando en mí un miedo a la soledad y luego sustituyendo la palabra por desolación. Me convenciste, y me convencí yo misma, que sólo me quedaría desolación y con ella la nada. Hoy la soledad parece un oasis. Estoy agotada, me duelen hasta los anteojos, necesito irme. Estoy más vieja y más cansada pero queda algo dentro de mí, yo misma quizás –algo de mí–, que hoy me extiende la mano y me lleva, de una vez por todas lejos de vos. El destino es opaco, el camino cada vez más difuso. Cuantas veces pensé que hubiera preferido no saber, no enterarme nunca de que yo no era la única. No te debí haber dado nada. Lamentable el arrepentimiento, inútil, innecesario. Ironía. Autodefensa. Es tarde. El mundo se está acabando. Apenas queda tiempo. Esperé demasiado tiempo.

Cuando empezábamos a salir me amenazaste por no responderte el teléfono durante una reunión de trabajo. Aseguraste que estaba con alguien más, juraste que pasaba el día acostándome con otros en lugar de trabajar. Siempre tuviste esa idea retorcida de que yo –o las mujeres en general– necesitaba acostarme con alguien todo el tiempo, para conseguir cualquier cosa, para ser alguien. ¿De dónde sacaste esa idea? ¿fue tu crianza guiada por la pornografía, acaso, la que sembró en vos esa imagen hiper sexualizada de la mujer y sus capacidades? Esa misma crianza, probablemente, fue la que influyó en la manera como me trataste incluso en los momentos más íntimos. Todas las veces que me forzaste, todas las veces que me obligaste a hacer cosas en contra de mí misma con la amenaza: “demostrá que me amás”. Tocaste fondo. Fuiste el colmo de tu patetismo. 

Yo también tenía miedo, me contagié de tus miedos si bien de una manera distinta. Pero no quiero aclarar nada. No me interesa analizar nuestro pasado ni tratar de dibujarnos, como tantas veces, un futuro. “Borrón y cuenta nueva”, pensé. Pero la nueva cuenta parecía ser un círculo: siempre volvía al mismo lugar. Hoy no queda espacio para la utopía ni el idealismo. Los remiendos ya no aguantan, y los remedios no existen. Pronto se detendrá esta caída. Será el final y estaremos felices. No habrá resurrección, o tiempo para la diáspora, pero celebraremos. No es una emancipación sino liberación. Hoy no vuelvo a ser yo sino empiezo a ser lo que no había podido ser. Gracias, en todo caso, por el aprendizaje.

Enfrentemos el absurdo. Abrazá la inutilidad de tu existencia. Te queda el vacío. Humo, carencia. Te imagino solo. Tratando de aferrarte a tus objetos, tratándote de salvarte en ellos –qué vacío fuiste siempre, B. Vos y tus concepciones de éxito enfocadas en lo material. Cierro los ojos. Espero el sueño. Hoy duermo tranquila, esta carta te espera en tu mesa. No te atrevás a tratar a nadie así. Que te basten los años durante los que me aprisionaste, que te baste el egoísmo del que siempre te ufanaste. Liberate de una vez por todas, también vos, de esa imposición irracional de “masculinidad” que en algún momento decidiste tragarte.

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