40 años decorando Guatemala: Claudia Echeverría

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Desde pequeña, Claudia Echeverría supo que la creatividad sería su brújula. Mientras otras niñas jugaban con muñecas, ella armaba casas para Barbies con pedazos de piso y retazos de tela. El diseño, para Claudia, no fue una elección, fue un destino que se le reveló entre olor a madera fresca y tardes con su abuela alemana, quien inició el legado que hoy es Interiores Guatemala.

Todo comenzó cuando su abuela, fascinada por la naturaleza del país, contrató a un tornero y empezó a fabricar ensaladeras. Pronto le pidieron muebles y, sin saberlo, sembró una herencia creativa que continuó su hija, y luego Claudia junto a sus hermanos. “Crecimos entre aserrín y madera fresca”, recuerda. Hoy, su sobrino representa la cuarta generación.

Claudia estudió Arquitectura e Interior Design, una combinación poco común en su época, más aún siendo mujer. “La arquitectura era un mundo de hombres. Me tocó romper muchos patrones establecidos”, cuenta. Su primer gran hito fue ganar un proyecto hotelero en El Salvador, compitiendo contra firmas extranjeras. De ese proyecto aprendió una frase que se volvió su mantra: “There’s never a second chance for a first good impression.”

Desde entonces, cada presentación suya busca ser impecable desde el inicio. Su filosofía combina excelencia y empatía: “La escucha es clave. Ahí empieza todo.” No por perfeccionismo, sino por respeto al oficio, al cliente y a sí misma.

Interiores Guatemala no es solo una tienda. Es una historia familiar construida por mujeres visionarias. Ofreciendo una experiencia completa: muebles a la medida, accesorios, telas, iluminación. “Queremos que nuestros clientes encuentren todo en un solo lugar”, explica Claudia. Lo que comenzó como un pequeño taller de carpintería se ha convertido en una marca reconocida por su calidad, atención y estilo.

Hoy, la cuarta generación se abre paso con su sobrino, quien aporta ideas frescas y una mirada contemporánea que Claudia valora profundamente. “Siempre estoy aprendiendo de los jóvenes”, afirma. Para ella, evolucionar es parte del trabajo y adaptarse a nuevas tendencias sin perder el alma de Interiores Guatemala.

Pero Claudia no vende solo objetos, vende esencia. “Nuestros muebles están hechos para durar. Primero te aburrís antes de que se arruinen”, dice entre risas. Y aunque el mundo va más rápido cada día, ella sigue apostando por lo auténtico, lo duradero, lo bien hecho.

Su estilo es flexible pero con sello propio. Ha diseñado desde lo clásico hasta lo moderno, siempre escuchando al cliente. “A veces me vuelvo psicóloga. Escucho cosas que mis clientes no le cuentan a nadie.” Para ella, transformar un espacio es traducir emociones, frustraciones y silencios. Muchos de sus clientes terminan siendo amigos. Esa conexión, dice, es su verdadero superpoder.

Claudia comienza su día temprano, entre obras, arquitectos y reuniones. Aunque delega muchas funciones, sigue involucrada de cerca en cada proyecto residencial. Su hermana maneja las telas. Su madre, aunque mayor, todavía decora vitrinas. “Somos muy unidos. La gente no entiende cómo seguimos viéndonos hasta los fines de semana.”

Ser madre soltera nunca fue una excusa para frenar su pasión. Al contrario, se adaptó. “Tener el taller cerca de casa fue clave. Y ser dueña de mi tiempo, también.” Logró equilibrar maternidad y vocación, sin renunciar a ninguna parte de sí. Y eso, reconoce, ha sido una de sus mayores conquistas.

Después de cuatro décadas, Claudia quiere más inspiración, más mentoría. “La pasión mueve montañas. Eso no cambia con el tiempo.” Le inspiran los autodidactas, pero insiste en la importancia de la disciplina. Para ella, formar no es enseñar técnicas, sino también carácter y visión.

Estudió en Londres, donde descubrió nuevas dimensiones del diseño y confirmó que estaba en el camino correcto. Aprendió sobre iluminación, materiales y conceptos que aún no llegaban a Guatemala. Y se rodeó de personas con visiones distintas, que también moldearon la suya.

Pero su mayor regalo, asegura, ha sido conocer personas. “Las relaciones humanas han sido mi mayor aprendizaje. He reído, he acompañado, y he aprendido a ser mejor persona”. Claro que su camino tuvo piedras: profesores que no creyeron en ella, clientes que la pusieron a prueba. Pero nadie logró frenarla. Al contrario, le forjaron carácter. “A esa niña que fui, le digo: no te equivocaste. Elegiste bien.”

Hay quienes decoran. Y hay quienes transforman. Claudia pertenece a ese segundo grupo, el de quienes entienden que el alma también necesita habitar lugares bellos. Lo suyo no es una carrera. Es un legado que respira, escucha y se queda.

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