Alejandra Botrán de Melgar: dejando un legado extraordinario, nacido del amor más puro

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Alejandra Botrán de Melgar aún recuerda aquel día de enero como si hubiese sido ayer. Un momento que ningún padre debería vivir, un dolor que ninguna madre debería sentir. Alejandro Melgar Botrán, su hijo de 17 años, había decidido partir, dejando tras de sí preguntas infinitas y un vacío imposible de llenar.

Alejandro era especial, lo supo desde que lo tuvo en sus brazos por primera vez. “Mi maestro”, lo llama Alejandra, recordando a su niño de ojos claros, lleno de energía, espíritu libre, sin miedos, amante de los deportes y la naturaleza, fascinado por el mar. Su apodo, “Shark Boy”, no solo era por su amor hacia los tiburones, sino también un reflejo de su personalidad valiente y auténtica.

A lo largo de su vida, Alejandro fue diagnosticado con Síndrome de Tourette, una condición que tanto él como su familia afrontaron con coraje y resiliencia. Alejandra y su esposo, juntaron a ambas familias, establecieron un plan de acción y apoyo. Sin embargo, más allá de cualquier diagnóstico, Alejandro siempre fue profundamente amado y rodeado por el cariño de sus padres, su hermana Daniela y toda su familia.

“Nunca pensamos que esto nos podría pasar a nosotros”, confiesa Alejandra. Ahora entendiendo que detrás de la sonrisa radiante de su hijo había un dolor profundo. Un dolor silencioso que Alejandro no logró expresar por completo. Cuando partió, dejó atrás un sinfín de preguntas, pero también un propósito claro para su madre: hablar, romper el silencio y ayudar a prevenir que otras familias vivan lo mismo.

“La única vez que escuché la palabra suicidio fue en Romeo y Julieta”, comenta Alejandra, enfatizando en la falta de información y el tabú sobre el tema. Antes creía que esto solo ocurría a personas en circunstancias específicas, jamás pensó que su hijo, atleta, sano, brillante y amado profundamente, sería parte de esta dura realidad.

“Antes del 10 de enero yo era otra persona. Ese día nací de nuevo”, expresa Alejandra. Ese renacer vino acompañado de una misión. Buscando respuestas en medio del dolor, Alejandra decidió estudiar Suicidología en México, intentando entender qué ocurría en la mente y en el alma de aquellos que optan por terminar su vida. 

Lo que descubrió fue revelador y doloroso: “Un suicida no quiere acabar con su vida, sino con el dolor profundo y existencial que lleva dentro”. El suicidio es la causa número uno de muerte en jóvenes de 15 a 29 años, “La gente no habla del suicidio, y por eso seguimos perdiendo vidas”.

En medio del dolor, Alejandra encontró fortaleza en su vulnerabilidad, descubriendo que mostrar su fragilidad es su “superpoder”. Con el apoyo incondicional de su esposo, su hija, sus padres y amigos, ella decidió enfrentar abiertamente su duelo, permitiéndose vivir cada etapa.

Sin embargo, para ella esta lucha es ahora una misión personal, marcada por el legado de Alejandro: Aleta Amarilla, con las primeras tres letras de ambas palabras significando “Ale Ama”, un movimiento creado en honor a su hijo que busca generar conciencia sobre la prevención del suicidio.

En su corazón, Alejandra mantiene viva la esencia de Alejandro, el 10 de cada mes, la familia se reúne y prepara “las lentejas del Ale”, un plato especial que él les enseñó. Además, su conexión con el mar le recuerda constantemente que su hijo siempre tuvo un profundo amor por el agua. Esos pequeños actos son mucho más que tradiciones, son momentos sagrados que conectan a su familia con Alejandro, más allá del tiempo y del espacio.

Hoy, Alejandra no solo habla del suicidio con claridad y valentía, sino que también recalca la importancia de abrir conversaciones sinceras, de observar y escuchar atentamente las señales que puedan indicar que alguien sufre en silencio. Alzar la voz y apoyar a aquellas personas que puedan estar pasando por la misma situación, es la mayor honra que puede darle a su hijo.

Así es como Alejandra Botrán de Melgar honra diariamente a su hijo Alejandro, convirtiendo el dolor más grande en la más poderosa inspiración, con la esperanza de que ninguna otra madre vuelva a vivir lo que ella vivió. Dejando un legado, nacido del amor más puro y del dolor más profundo.

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