COMER HASTA QUE DUELA

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El binge eating disorder o desorden alimenticio de atracón es relativamente nuevo. Nuevo en su clasificación pues fue reconocido hasta 2013, en la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría. Un viejo conocido para hombres y mujeres que han llevado la sombra de este problema durante años. Una joven de 29 años compartió con Look su historia a cambio del anonimato.

Cochita, chonchita, gorda… etiquetas con las que crecí. ¡Dejá de comer así, vas a engordar!, me reprochaba mamá siempre que me llevaba un trozo de pastel, una papalina o una pieza de pollo frito a la boca. ¡Dejá de comer!, repetía, y me sumía en un estado de tristeza infinita.

Tengo un problema con la comida desde que recuerdo. De pequeña, quizás a los tres o cuatro años, podía engullir dos cajitas felices de una sentada. No me llenaba. Tengo un hermano al que le llevo poco más de dos años; él, atlético, hombre y flaco, nadie lo molestaba. Mi mamá no fue la mejor guía para acompañar el desorden que desde pequeña se gestaba en mi ser. Otros familiares se daban cuenta y me regalaban una barra de chocolate o alguna golosina a escondidas.

A los diez era capaz de terminarme una pizza familiar sola. En las fiestas de fin de año, cuando había pastel, rescataba la caja de la basura para raspar los sobrantes y el turrón. Me sentía mal, triste, avergonzada por revisar los contenedores con la comida que nadie quiere; pero no podía parar. Comer me angustiaba, comer dolía, pero lo necesitaba para calmar mi ansiedad. En casa había problemas. La dinámica familiar no fluía pero, en apariencia, resultábamos un cuarteto perfecto. Padres exitosos, hijos académicamente sobresalientes.

En el colegio nadie notaba mi obsesión con la comida. Era una alumna estrella. Mis maestras me consideraban una niña exitosa, deportista e inteligente, un ejemplo para otras chicas de mi edad. Nadie sabía que a escondidas devoraba todo lo que se pusiera frente a mí. Me anulaba hasta despertar de una especie de trance y descubría las grandes cantidades que había ingerido. Me sentía enojada conmigo misma.

A los once años mis padres me matricularon en Tae Kwon Do; de 13 a 18 era atleta de triatlón. Entrenos de varias horas, natación, bicicleta, caminata. Comía lo que permitieran mis papás, lo saludable, y a escondidas llevaba a mi cuarto todos los alimentos que pudiera ingerir.

Tengo una foto en las manos, veo a una niña de quince años, delicada como una muñeca de porcelana, enfundada en un hermoso vestido de tul. En la mano, un ramo de flores; observa al fotógrafo con una mirada inocente. “Te amarrás la boca y solo la abrís para comer fruta”, me dijo mi mamá antes de comprar el vestido de quince años. Pasé un mes alimentándome de naranja los tres tiempos.

La fiesta terminó y nuevamente, el atracón. Engordé. Ahora que lo pienso y veo las fotos, me sonríe de vuelta una chica normal y yo que me veía rolliza. Pero me enviaron de nuevo a la clínica de la nutricionista y a iniciar otra dieta. Frente a todos seguía el plan “nutricional”, era una persona estricta y disciplinada. A escondidas ingería aquello que me había sido negado.

Todo empeoró en la universidad. La situación familiar se tornó insoportable. Me pagaron terapia en una de esas clínicas que prometen reducción de peso y medidas a través de masajes reductores y vendas frías. Así que me di permiso de comer lo que se me antojara pero se salió de mis manos.

Desayunaba en casa, volvía a comer al llegar a la universidad y a las diez refaccionaba una hamburguesa o algún sándwich. Al salir de clases pasaba en fila a Burguer King, McDonalds y Pollo Campero: pie, pastel, menú, pie, menú. Escondía los empaques en el carro o buscaba algún contenedor para que nadie se diera cuenta. Llegaba a casa y directo a mi cama. De alguna forma la comida surtía el efecto de una peligrosa anestesia que me inhibía de cualquier pelea o conflicto. No podía defecar, sufría acidez constante y me sentía hinchada.

Un día mis papás descubrieron las bolsas de comida y me confrontaron. Acepté que tenía un problema. Acompañaba a mi hermano a un grupo de Alcohólicos Anónimos, él asistía para superar una adicción. En el mismo salón donde se llevaba a cabo la sesión encontré un panfleto de OA (Overeaters Anonymous) y decidí asistir.

Los patrones en las sesiones eran los mismos: algunas mujeres comían por haber sufrido cualquier tipo de abuso cuando niñas: engordar era un recurso para proteger su cuerpo y no parecer atractiva para los hombres. Otras se alimentaban para inhibir cualquier dolor o emoción. Unas cuantas comían solas o a escondidas; una de sus estrategias era atiborrarse de comida antes de cualquier reunión social para no comer mucho en el evento. Venían de hogares disfuncionales o con familiares adictos a cualquier sustancia o al alcohol. Me identifiqué con todas.

A los 20 años supe que esos patrones de conducta vergonzosos tenían una razón. Una psicóloga me ayudó a sanar los golpes emocionales y perdonar a mi niña interna. Con la terapia de grupo entendí que no estaba sola, hay muchas personas que lo padecen y se esconden detrás de cuerpos de todo tamaño: altos, bajos, delgados, gordos, cualquiera puede tener un problema de atracón. Comprendí que debía comer bien por salud, no para llenar ningún requisito social.

Aprendí a identificar mis señales de hambre, los alimentos que me causan algún malestar y lo principal: la comida no es mi enemiga, sirve para nutrirme. Debes ser paciente contigo misma, este es un proceso. Un ginecólogo y nutriólogo me ha ayudado en el proceso, las secuelas de los atracones dejaron huellas en mi salud, él me ha guiado sin dietas ni restricciones de alimentos.

Si en algún momento empiezas a comer y sientes que no puedes parar, detente y evalúate. Tienes un problema. Ese problema tiene un nombre y tiene una raíz. Puedes buscar a un psicólogo y asistir a algún grupo de ayuda, ellos te brindarán apoyo, una serie de pasos para ayudarte, hay literatura que puedes consultar y compartir cómo te sientes. Puedes repararte. Tranquila, todo estará bien.

RECUADROS

“El trastorno por atracón es un desorden alimenticio que se caracteriza por episodios recurrentes de sobreingesta: comer mucho más rápido de lo normal o hasta sentirse incómodamente lleno, ingerir grandes cantidades de comida cuando la persona no se siente físicamente hambrienta. Comer solo, debido a sentir vergüenza por comer demasiado. Las personas que padecen un trastorno por atracón no utilizan medidas compensatorias como el vómito o uso de laxantes. Sólo se sienten enfadados, deprimidos o muy culpables.” Ana Gabriela Calderón, psicóloga clínica con máster en Trastornos Alimenticios por el Instituto de Trastornos Alienticios en Barcelona.

“El diagnóstico para determinar si una persona sufre algún trastorno alimenticio lo realiza un psicólogo o psiquiatra especializado. Las nutricionistas acompañamos el proceso de recuperación pero nunca con dietas, eso sería similar a darle una copa de vino a un alcohólico”, Ana Lucía Filippi, nutricionista con especialización en Trastornos Alimentarios por la Universidad Autónoma de Barcelona.

“No se sabe con exactitud qué desencadena un trastorno por atracón. Existen varias investigaciones que nos hablan acerca de las consecuncias y los factores que contribuyen a su desarrollo. Como todos los trastornos, el trastorno por atracón es una combinación de factores biologicos, psicológicos y sociales.  Se han encontrado factores asociados que pueden ser experiencias traumáticas en la infancia, predisposición a la obesidad desde la infancia, comentarios negativos sobre la figura/peso y comida, personalidad perfeccionista y baja autoestima que puede influir en su conducta alimentaria. “Ana Gabriela Calderón, psicóloga clínica con máster en Trastornos Alimenticios por el Instituto de Trastornos Alienticios en Barcelona.

“El peso no determina si se tiene un trastorno alimenticio. Puede haber una persona con bulimia de talla grande y alguien que sufre atracón muy delgado”, Ana Lucía Filippi, nutricionista con especialización en Trastornos Alimentarios por la Universidad Autónoma de Barcelona.

“El trastorno por atracón es un poco más común en las mujeres que los hombres. Aparece en un 30% de los pacientes que están en un programa para bajar de peso y en 2-5% en la población general. La ingesta de comida es mayor en la alimentación diaria y en los atracones, fundamentalmente de grasa, dulces y comida rápida (a diferencia de la bulimia nerviosa que aumenta el consumo de todo tipo de comida y principalmente ocurre en los atracones). “, Ana Gabriela Calderón, psicóloga clínica con máster en Trastornos Alimenticios por el Instituto de Trastornos Alienticios en Barcelona.

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