EL VALOR PARA VIVIR UN NUEVO DÍA

 dentro de Sin Categoría

“Yo le voy a demostrar a mi familia que soy fuerte, que lo peor ya pasó y que saldré adelante y superaré este horror que me tocó vivir”.

Por Elsy Maldonado

21 de noviembre de 2004. Ya se siente el rico frío de fin de año y en el ambiente ya se siente la Navidad. Hoy no me siento muy bien, eso de estar en “mis días” nunca ha sido agradable para mí y tengo una mezcla de tristeza y enojo. Honestamente hoy no quisiera ir a trabajar pues, además de no sentirme bien, mis papás no están, se fueron a Cobán y mi hermano, se quedará a dormir donde mis tía.

La verdad hoy no quiero estar sola y como mis papás no están en casa iré donde una amiga. Pasamos una tarde muy tranquila y al final del día, nos invitan a ver tocar a la banda del novio de otra compañera, junto a otros amigos del trabajo y mi hermano.

Algunos de mis amigos se fueron y a nosotros nos darán jalón, pero el carro está en el trabajo, nos tocará caminar. Salimos a las 10:30 de la noche y hay muchísimo frío. Yo me adelanto con otro amigo.

Cruzamos la esquina, ya cerca del trabajo y vemos que, para ser sábado, la calle está bastante solitaria. En ese momento se nos acerca una camioneta negra con vidrios polarizados, se para frente a nosotros y vemos a tres hombres bajar de ella. Tengo miedo, creo que nos asaltarán. “No queremos tu dinero, la queremos a ella.” Con estas palabras empezó la peor pesadilla de mi vida en la que murió la parte más pura e inocente de mí.”

Me apuntan con un arma y me suben a la camioneta, a mi amigo lo golpean y solo escucho sus gritos desesperados: -“Sol, no se la lleven por favor, Solecita”. Me encuentro petrificada al verme dentro de un automóvil con cinco desconocidos, siento el carro arrancar, sin saber si mi vida terminará esa noche.

“¿Cómo te llamas, que edad tienes y quién era él?”, son las primeras palabras que escucho al estar dentro del carro. Cuando les digo que soy mayor de edad, uno de ellos no puede evitar sonreír como diciendo “ya ven, no tendremos mayor problema”.

Creo que es mi sentido de supervivencia el que me hace mantener la calma, intento no transmitir mi nerviosismo e intento ganarme la confianza de mis secuestradores. Cierro mis ojos por unos segundos y ruego: “Dios, no me dejes, son cinco y yo sola, solamente tú puedes salvarme”. En eso mi celular empieza a sonar y con cada sonido mi corazón se apacha al imaginar la angustia por la que mi hermano está pasando. Me quitan mis cosas y uno de los tipos empieza a besarme, no había sentido algo tan asqueroso, sin embargo, trato de mantener una conversación.

“¿Por qué hacen esto? ¿Por qué me llevan?”, “por diversión” contesta otro y todos se empiezan a reír. ¡Vaya manera de divertirse!

Vamos ruta al Atlántico y yo, cada minuto más resignada, le voy pidiendo a Dios que si lo que quieren es mi físico, que me hagan todo lo que me quieran hacer, pero que me dejen vivir. Pero, si mi destino está en morir esta noche, por favor no permita que me hagan una tortura antes, tal vez lo mejor sería un disparo en este momento.

Empiezo a recordar las platicas con mis amigas, cuando me contaban de sus experiencias sexuales, decían que la primera vez siempre duele. Me reclamo a mi misma por haber sido tan ingenua y creer que mi primera vez sería en el matrimonio. Jamás imagine que la magnitud de la maldad que habitaba en el mundo llegara a alcanzarme.

Entramos a un camino de terracería y uno de los tipos baja mi cabeza, apuntándome con su arma, para que no vea el camino y me amenaza de no subir la mirada. Mi miedo empieza a crecer. De repente, estacionan en un lugar oscuro que parece ser una casa abandonada. Tengo puestos mis zapatos de plataforma favoritos, esos de línea roja que me hacen ver más alta, pero me los quito para bajar y no hacer ruido, pues pareciera que nadie debe enterarse que estamos acá.

Me meten a un cuarto que tiene una cama y un teléfono en la pared. Mi corazón late a mil por hora y no entiendo cómo estoy logrando mantener la clama en un momento tan triste y oscuro.

En silencio le pido a Dios que sea él quien decida sobre mi vida y no estos sujetos.

Me acuestan en la cama y uno de ellos empieza a abusar de mí. No sé que dolor es más fuerte, si el físico o el emocional… solo sé que no puedo gritar, no puedo llorar y no puedo moverme y quitar a ese hombre de mí, aunque mi cuerpo me lo esté pidiendo. “Cuidado y me empujas”, fueron sus palabras, con la pistola en mi almohada lo único que puedo hacer es cerrar los ojos y apretar las sábanas con mis manos lo más que pude, para soportar tanto dolor. “Date la vuelta, que esto apenas esta comenzando”.

Siento que mi alma se desprende de mi cuerpo y en este momento el nivel de dolor llega a tal grado que inconscientemente dejo de sentir, trato de pensar en mi familia, en que quiero poder abrazarlos nuevamente y tener un futuro para mí. De pronto caigo en la realidad de que podría quedar infectada de alguna enfermedad como el VIH pero a estas alturas creo que ni eso me importa, lo que no quiero es morir en este momento.

Así pasan unos largos minutos, creo que puede ser media hora, y empiezan a tocar fuerte la puerta y escucho los gritos que dicen: “Apurate, ya pasó tu tiempo, me toca a mí… mirá que ya no aguanto”.

Jamás me sentí tan poca cosa, tan basura, tan sin valor, tan nada.

Y así sigue otro, sin menos compasión que el primero, además agregándole las palabras de “no vales nada”, “para lo único que servirás en la vida será para esto”, “sos una basura” y “después de esto ya nadie te va a querer…”

Viene el tercero y yo sigo igual, con la cabeza en blanco, casi inconsciente, sin poder procesar todo este espanto que estoy viviendo.

Suena el teléfono y por lo que dicen logro percibir que alguien notó que estamos allí. Me dicen que me cambie rapidísimo y que debemos regresar al carro. Me meten al baúl y allí me vuelven a desvestir, porque aún hay dos que necesitan cobrar su turno.

No puedo más, llegué a mi punto de quiebre y definitivamente creo que ya no vale la pena vivir. Prefiero la muerte a seguir viviendo esto y a sentir todo este dolor.

“Ya no aguanto más, por favor mátenme”, son mis palabras con las que suplico ya no sentir más dolor. Ya no puedo ni pensar en el dolor que esto le provocará a mi familia, solo pienso en mi, solo quiero que termine esta pesadilla ya.

Después de cinco largas horas la tortura “terminó”. Me sacan de la camioneta, con la ropa medio puesta, en un sector peligroso de la zona 18, en plena madrugada. Me bajo del vehículo esperando recibir un disparo, pero escucho que el carro arranca. Mi mente se queda en blanco por unos minutos, no puedo moverme, ni pensar, ni sentir. Me siento en las gradas de una casa a observar todo lo que está a mi alrededor. Ni siquiera el fuerte frío de las madrugadas de noviembre me hace reaccionar.

Empiezo a caminar, sin saber que estos pasos son el inicio de un camino duro y distinto al que una vez soñé para mi vida. Veo luz y empiezo a tocar una puerta con las esperanza de encontrar ayuda. Al mismo tiempo me pregunto, ¿si alguien tocara a mi puerta a media madrugada, será que yo le ayudaría?

Al fin alguien escucha y me abre la puerta un tipo de unos 17 años, tomado y desconfiado. Le digo que me acaban de asaltar y que por favor me regale una llamada para comunicarme con mi familia. Me dice que no tienen teléfono, se entra y habla con otro hombre un poco mayor, que yo creo que es su hermano. Deja que yo pase, que irá a ponerse un suéter. Estoy desconfiando, pero pienso ¿qué más podría pasarme? Así que entro.

Él regresa con una moneda y me acompaña a un teléfono público. Al fin logro hablar con mi hermano, como puedo le doy algunas indicaciones del lugar donde me encuentro. Me dice que están cerca y que llegarán por mí lo más pronto posible.

No sé exactamente cuanto tiempo pasó, siento que los minutos se hacen eternos y logro hacer una llamada, por cobrar, a mi tía, quien me mantiene en calma por unos momentos y me dice que hay una cadena de oración intercediendo por mí en estos momentos.

El tipo que me llevó al teléfono me dice que me dejará sola, pues no quiere que lo culpen a él como atacante por estar conmigo en estos momentos: “No quiero meterme en problemas”, son sus palabras. Pero antes de dejarme sola quiere “cobrarse su favor” abusando el también de mí. No sé de dónde saco las fuerzas, la valentía y la irá para defenderme. Lo quito de encima, lo golpeo y trato de impedir más abusos sobre mí. Estoy en ese forcejeo cuando veo pasar el carro de mi papá, lo que me da más fuerzas para quitarme a ese hombre de encima y gritar –“Paaapiiii” mientras corro como loca para alcanzar el auto.

Mis papás se bajan del carro, los abrazo con todas mis fuerzas y por primera vez logro reaccionar. Mi corazón se quiebra en mil pedazos y lloro como niña, lloro como nunca había llorado antes mientras ellos me llevan a una estación de policía cercana en donde me reúno con mi familia.

Luego me llevan a un hospital privado en donde me niegan la atención por tratarse de un caso de violación. Allí es cuando empiezo a sentirme rechazada por lo que me ha sucedido.

Vamos entonces a la estación de policía La Villa en dónde se hizo la primer denuncia de mi secuestro para relatar lo sucedido. Estoy en shock, solo quiero que me abracen mis papás, mientras tengo que contarle a los policías lo que me sucedió, pero siento que no le prestan mucha importancia. Entre mil lágrimas y dificultad para poder hablar con claridad, logro relatar un poco lo que me hicieron.

Yo solo quiero bañarme, limpiarme, olvidar… pero amanezco sentada en el MP esperando a que me revisen, vean todo el daño que me hicieron y que luego me den la denuncia para poder ser atendida en un hospital.

Salgo del Ministerio Público y me llevan al hospital Roosevelt, pues debo recibir medicamento preventivo para enfermedades de transmisión sexual y pastillas para prevenir un embarazo. Estoy esperando a ser atendida cuando veo un nuevo expediente con mi nombre, dice “Elsy Maldonado – Violación Sexual”. Estas palabras resuenan muy fuerte en mi mente, hasta este momento mi nombre lo había visto únicamente en libretas de calificaciones, diplomas de honor, tarjetas de felicitación, no en un expediente con la etiqueta de violación sexual.

En el hospital me explican que debo pasar por un largo proceso, tanto médico como psicológico, para ir sanando mis heridas. Deberé tomar anti virales por un período largo y realizar pruebas periódicas de VIH para descartar algún contagio.

Por fin estamos en casa y el dolor de cintura y de piernas a penas y me permiten caminar. Sin embargo yo no quiero ver tristeza a mi alrededor. Yo le voy a demostrar a mi familia que soy fuerte, que lo peor ya pasó y que saldré adelante y superaré este horror que me tocó vivir.

La vida después de una violación no es fácil, mas hoy les puedo decir que se puede aprender a vivir con ella dándole un giro positivo a la vida. Mis padres sin duda fueron un pilar muy fuerte para ese proceso. Los ojos con los que enfrento al mundo no son los mismos, me he visto atacada por sentimientos de culpa, de temor, de tristeza, de compasión que han sido difícil superar.

Dios me dio una nueva oportunidad de vida, y a través de ItsOkey me ha permitido abrir puertas para acercarme a otras sobrevivientes y de esta manera ayudarme ayudando. He aprendido a valorar cada instante, a no quedarme callada, a pedir ayuda si la necesito.

Creí que mis sueños morirían ese día, pero 11 años después Dios me permitió formar la familia que siempre soñé, un hombre maravilloso que me ha ayudado en todo este proceso de sanación y una hija que me inyecta cada día no solo amor y ganas de vivir si no esa pureza e inocencia que un día perdí.

¡Conocí a un Dios misericordioso que nunca me abandona. Y eso es suficiente para poder dar gracias por cada día que hasta hoy me ha tocado vivir!

 

 

 

 

 

 

 

 

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